Muchas personas pasamos a lo largo de nuestra existencia por un momento parecido (desde el punto de vista metafórico, claro está), en el que nos convertimos al credo de John Locke. El mío ocurrió hace aproximadamente unos quince meses. Llevaba años estudiando las oposiciones de Secundaria sin demasiada fe ni resultados, hasta el momento. Y entonces sucedió: superé el examen y saqué la plaza. Esta circunstancia produjo, como es normal, muchos cambios externos; pero el fundamental tuvo lugar dentro de mi cabeza: el convencimiento radical de que uno puede conseguir cualquier cosa que se proponga en la vida.
Así es que ahora arrastro las consecuencias de mi nueva condición conversa. La fundamental es que no soporto que unas personas les digan a otras, o, peor, se digan a sí mismas: “eso es casi imposible”; “no creo que lo consigas”; “nunca lo lograré”… ¿Es que no se dan cuenta de que los verdaderos obstáculos son ellos mismos? ¿No comprenden que es, precisamente, esa actitud y no los condicionantes externos los que frenarán su camino hacia lo deseado?
Y sí, me lo podéis recriminar ahora, pero me preparo a lanzar una de tópicos que, por haberlos vivido en carne propia, pueden dejar de serlo. En esta partida de naipes que todos jugamos cada uno recibe unas cartas distintas que, evidentemente, tienen bastante que ver con el resultado. Pero el descubrimiento está en que no son para nada el factor determinante. La habilidad y las ganas que les pone el jugador tienen el mayor peso en la balanza.
Conozco gente con dotes increíbles que no han sabido alcanzar lo que verdaderamente deseaban, mientras que otros con muchas menos posibilidades han conseguido sus objetivos. ¿Cuál es su secreto? Supongo que, como la rana del cuento, estaban sordos. Simplemente no se permitieron escuchar a aquellos que les gritaban desde el borde del camino (uno de los lugares más cómodos que existen, por otra parte): “eres demasiado lenta”, “para a descansar, no lo lograrás de todas formas…”, “¿no ves que el final está muy lejos?, no lo conseguirás”. Tampoco quisieron escuchar la más dañina de todas las voces, la que brama desde el fondo de uno mismo. Solamente continuaron la carrera, tramo a tramo, hasta llegar a la meta. Solamente lucharon con todas sus ganas, su ilusión, su fuerza, sin pensar en el resultado final de la historia. Empujados por esa fuerza motriz que, según Einstein, es mucho más poderosa que el vapor y la electricidad.
Así que, desde aquí, animo a todo el mundo a convertirse en ranas sordas. A pensar que el hecho de que algo no se haya hecho nunca no significa que sea imposible, solo quiere decir exactamente eso: que nadie lo ha hecho antes que tú. Y, sobre todo, les invito a no permitir nunca, nunca, nunca, que alguien les diga lo que NO pueden hacer. Por la sencilla razón de que nadie puede conocer aquello de lo que eres capaz hasta que lo consigues. Ni siquiera tú mismo.
"Existe una fuerza motriz más poderosa que el vapor y la electricidad, la voluntad humana". (Albert Einstein).
Croac... ¿Qué?... croac...
ResponderEliminarToda la razón, Mrs Tomico :D
La voluntad humana es el único arma que tenemos para ganar las pequeñas guerras internas que tenemos cada uno con nosotros mismos. Así que....ADELANTEEEEEEE!!
ResponderEliminarYo además TENGO PODERES me los ha dado gratis y convierto en oro cuanto toco
ResponderEliminarProverbio ¿japonés?:
ResponderEliminarNunca digas "es imposible", di "no lo he hecho todavía".
A mí me suena mejor terminando con "... todavía".
me ha gustado mucho, creo a pies juntillas en la voluntad humana y en el valor de la fuerza del corazón; si quieres algo, inténtalo, y si lo consigues mejor que mejor. Es rara la vez que se consiguen los objetivos a la primera, hay que levantarse, luchar contra las adversidades y las voces que te dicen "eso será un fracaso" y levantarse y volver a empezar, de nuevo. Yo tengo un sueño y estoy en el camino.
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