martes, 8 de noviembre de 2011

Se rompió el cristal

Hasta mis treinta y ocho años no había tenido esta sensación. Mi profesión, mi día a día, mi afición por sumar amigos de cada una de las etapas y facetas de mi vida, mi, quizás, “peculiar gran familia”, hacen que me relacione con mucha gente, que conozca sus historias, sus problemas, sus sentimientos, sus situaciones. Mi curiosidad, mi trabajo diario, mi necesidad de aprender cada día, me invitan a leer (no todo lo que quisiera) y a estar razonablemente informada. Pero nunca antes había tenido esta sensación.

Siempre había visto determinados problemas como ‘abstracciones’ que jamás podían tener nada que ver con mi vida y que en ningún momento encajarían en la de mis amigos. Casi cuarenta años después, ese cristal, que me mantenía como observadora ante ciertas situaciones, se ha roto.

Duele, te hace pensar, actuar, ayudar, cuando alguien cercano te cuenta que se ha quedado parado, que se ha separado, que se ha topado de frente con la enfermedad… Sin embargo, cuando una amiga te cuenta que su marido no la deja llevar a su hija al colegio con los mismos tacones con los que después tiene que ir a trabajar –por si va de “madre soltera”-, que no le permite inscribirse a un gimnasio porque “allí sólo se va a ligar”, que prefiere apuntarse a una cena con ella y su mejor amiga porque “en una pareja siempre es mejor hacerlo todo juntos…”, en ese momento, el cristal que me mantenía a una prudente distancia de un germen de maltrato, de posesión machista, se rompe. Inmediatamente pienso: “No, a ti no te puede estar pasando eso y, sobre todo, tú no puedes estar permitiendo eso”.

Cuando pocos días antes otra amiga te cuenta, igualando la gravedad del problema a la de una crisis matrimonial al uso, que su pareja, el padre de sus hijos, le ha llamado puta, y que se maquilla en el coche para no volver a “merecer” ese calificativo, y que las discusiones ya no sólo se quedan en peleas, sino en combates violentos…, en ese momento, mi cristal, ese que me separa a mí y a los míos de una columna en un periódico sobre violencia de género, se vuelve a hacer añicos.

Y lo peor no es el baño de realidad, la incredulidad, la rabia… es la impotencia. Solo ellas, preparadas, formadas, inteligentes, guapas, excelentes madres, amigas y, aún mejores, personas, pueden romper ese cristal que les impide ver todo eso: todo su magnífico, extraordinario e insuperable “yo”.

El cristal que a mí se me rompe, ante ellas sigue intacto. Es el mismo que ellas, sólo ellas, pueden y tienen que golpear, aunque sangren, si es necesario, hasta destrozarlo, para reencontrarse y sacudirse a esos vampiros emocionales, parásitos y a su posesiva crueldad. 

Swift

2 comentarios:

  1. Parece increible que todavia queden especimenes como esos....creo que es envidia,se creen que la mujer es una de sus posesiones,probalemente educados así y a veces por las propias madres ,yo lo he visto.....

    Si tienes razón solo ellas pueden romper ese cristal ...aunque sangre.
    Me gusta vuestro blok.

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  2. Seguro que quedan muchos, Berenguela I. Gracias Swift por dejarnos esta reflexión que seguro a muchas mujeres la pueden ayudar...

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