lunes, 28 de noviembre de 2011

Shoppineando...

“Mañana empiezan las rebajas y encima es sábado. ¡Qué bien! le diré a mi chico que vayamos juntos y así si me compro algo que sea a gusto de los dos porque necesito ropa”. Piiiiiiiii. Craso error. De verdad que os lo digo, chicas, si tenéis que ir de compras, desde luego, nunca elijáis como compañero a vuestro compañero. 

No falla. Si un día te sientes agobiada, triste o de malhumor, ir de shopping mejora indudablemente tu estado de ánimo –que no el de tu bolsillo-, pero tened claro que si le pides a él que te acompañe volverás más agobiada aún, cabreada y sin nada nuevo que estrenar al día siguiente.

A mí, al principio, me gustaba que mi marido me acompañase de tiendas. Me hacía cierta gracia que me diese su opinión sobre un vestido vintage o una camisa blanca o simplemente sobre un molde de silicona con forma de flor – lo admito, me encantan los moldes de silicona-- con el que haría un bizcocho esa misma noche. Pero con el tiempo y una guita he aprendido que lo mejor es que se quede en casita. 

Para empezar el concepto tiempo necesario para ir de compras es diferente. Totalmente distinto, dónde va a ir a parar. Para ellos, media hora es tiempo más que suficiente para tenerlo todo comprado. Nunca he entendido yo cómo funciona un reloj en el género masculino porque 30 minutos es lo que se puede tardar en llegar de tu casa al centro comercial y aparcar, en caso de que encuentres aparcamiento a la primera.

Ya desde que salen presentan una cara de tres metros. “¿Hoy sábado?, uff imposible entrar en una tienda. Están hasta arriba. Es que sólo a ti se te ocurre ir un sábado a un centro comercial”, te dicen al tiempo que piensas “a mi sola no. Sino ¿de qué iba a estar tan colapsado todo?”. Tu primera reacción, para no fastidiarte la tarde, es devolverle una sonrisita a su desagradable comentario.

Una vez montados en el coche su segunda pregunta obligada “No tardaremos mucho, ¿no? Es que a las diez ponen el Barça”. Pues mira, no sé lo que tardaremos pero teniendo en cuenta que son las siete y media de la tarde porque te has pegao una siesta de tres horas a conciencia, igual sí. 

Llegas a la galería de tiendas y toca aparcar. Y lo que decía antes, son pocas las veces –por no decir ninguna-- que llegas y estacionas a la primera. Es entonces cuando comienza la guerra. “Si es que ya lo sabía yo. No hay ni donde aparcar. Los sábados deberían estar cerradas las tiendas. Es de locos venir aquí un sábado” para continuar metiéndose con el Q7 de delante, situación que se agrava mucho más, sólo en algunos casos, cuando en una maniobra un poco sospechosa descubren que el conductor es una mujer. En este momento, mejor hacerse la sorda. 

Comienza tu romería particular por las tiendas que para él no es más que un auténtico viacrucis. Entras en la primera y echas un vistazo por encima a cada uno de los stands hasta que encuentras el que más te llama la atención. Te diriges hacia él aprisa y él (tu pareja) te sigue a ti, perdido y con cara de “con lo bien que estaría yo en mi casa con mi cervecita y viendo los previos del fútbol”.
 
Otro tema que no concibe cuando te lo llevas de compras es el concepto improvisación. No entiende por qué miras jerséis de colores si le habías dicho que querías unos pantalones negros. Tampoco entiende por qué has de entrar en el probador con cinco camisetas que para él son iguales, pero no, no lo son…

Después de acompañarte y entrar en cuatro o cinco tiendas y haciéndote cada vez menos caso cuando le preguntas cómo te queda alguna prenda o cómo te sienta algún que otro color a tu cara, llega su momento de desesperación: “Me dijiste que veníamos a descambiar una falda y ya llevamos tres horas de tienda en tienda. Has mirado de todo menos faldas y encima ¡no te has comprado nada!”. Pero alma de cántaro con esa cara que nos pones cómo vamos a querer comprarnos nada.

No hay vuelta atrás ha entrado en la fase en la que se siente traicionado. Sentimiento que se hace mayor cuando se traga una cola de más de media hora para pagar (aunque esto es normal que no lo entienda teniendo en cuenta que es precisamente en ese mismo tiempo en el que pretendía que llegases y terminases las compras).

Por todo ello, he decidido que a mí me gusta ir sola de compras, sin pareja. Prefiero que se quede en casa con el niño y yo vagar por mis tiendas, haciendo con mi tiempo lo que quiera y sin prisas.

Y me compensa mucho, de verdad. Porque cuando llego a casa con mis últimas adquisiciones y me pruebo esa falda tan maravillosa que me he agenciado –previo pago, conste-- y me dice lo guapa que estoy y lo bien que me queda, me doy cuenta de que aunque no me espere bajo la lluvia con flores, ni tan siquiera me acompañe de compras, es un príncipe azul real. Yo también le devuelvo una sonrisa pícara a su piropo porque en realidad, Kika Lulablue, ¡¡¡yo no sé cómo decirle que me he gastado cien euros en la falda!!!!

En fin, muy buenos días y ojalá tengáis un día repleto de compras (señal de que tenéis dinero o que ya habéis cobrado)

2 comentarios:

  1. chapó rubia...me he sentido identificada hasta en lo del BarÇa, será porque el mío también es culé! Un beso

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  2. Verdades como templos, May. Yo también me he sentido muy identificada. Aunque el mío es merengue;) Otro besito!!

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