martes, 31 de enero de 2012

Soy géminis, ¿me contratas?


Hace unos días, alguien me comentaba que, no sé en qué país, creo que en China, los empresarios o sus departamentos de recursos humanos tenían en cuenta el horóscopo de los aspirantes a un puesto de trabajo a la hora de valorar sus méritos. Los comentarios sobre el tema, evidentemente, destacaban lo absurdo del método de selección de personal. Y lo es, por supuesto. Pero, muchas veces, nos sorprendemos con detalles que llaman especialmente la atención pero que no dejan de ser eso, detalles. Y, sin embargo, contemplamos impasibles sistemas que, completos, son aún más indignantes que determinadas características de otros. Ninguno de los que hablábamos del tema nos paramos a analizar, en ese momento, si en ese procedimiento, en el que me valorarían el ‘ser géminis’ –no sé si positiva o negativamente-, igual también tendrían en cuenta el resto de los apartados de mi currículum vitae.

Quizás es mucho más intolerable que en la mayoría de las, hoy pocas, contrataciones que se producen a nuestro alrededor, en nuestro sistema, lo último que se tenga en cuenta sea la experiencia profesional y la formación de aquellos que buscan un trabajo. Conozco a muy poca gente que haya accedido a su puesto por su trayectoria. En la mayoría de los casos vale mucho más una referencia personal que cualquier otra cosa.  Y esto es aún más frecuente en los puestos de responsabilidad. Las empresas e instituciones están plagadas de jefes que no superan prácticamente en ningún aspecto a los miembros del grupo al que dirigen. Y no sólo en cuanto a formación académica y experiencia profesional, sino, también, en cuanto a valores éticos.

Esos que, por poner un ejemplo práctico, han olvidado los responsables de Spanair respecto a sus trabajadores. Quizás yo lo he percibido porque tengo una amiga directamente afectada por la absoluta dejadez de estos empresarios frente a los que, cada día, dedicaban su jornada laboral a la entidad pero, desde luego, los medios de comunicación no me ayudaron, en un primer momento, a enfocar la verdadera dimensión del problema. Los primeros informativos dedicaban gran parte de su espacio en pantalla a la noticia pero la mayoría de las imágenes y las historias correspondían a los viajeros que habían retrasado sus vacaciones o su vuelta a casa. Eso son problemas, contratiempos, ‘putadas’, como queramos llamarles, que se solucionan con un nuevo billete y una espera. Detalles. El verdadero ‘drama’ lo viven o, más bien, lo intuyen, los trabajadores a los que apenas se les ofrecía un corte de dos minutos para trasladar a la audiencia que 'no sabían nada'.

Demasiadas veces nos quedamos en los detalles. ¿Qué hay detrás de un capitán que huye antes que la primera rata en abandonar el barco? Analicemos, profundicemos. Quizás es más cómodo quedarnos en la superficie pero, seguramente, nos iría mucho mejor y viviríamos en un mundo mucho más justo si contempláramos cada realidad en su auténtica dimensión.    

domingo, 29 de enero de 2012

¿Y tú te quieres bajar?

Cada día es mas común entre mis amigas y familia hablar sobre el ritmo de vida que llevamos, días o semanas enteras sin ver a padres, hermanos, devolver esa llamada de teléfono, preguntar a tu amiga por su familiar enfermo o por las pruebas que se hizo la semana pasada o simplemente charlar con ella…… el exceso de trabajo, horarios incompatibles, cursos, al final nos damos cuenta que al día le faltan horas, que nos estamos perdiendo muchas cosas y personas buenas, sin pararnos ni un segundo a pensar que todas esas cefaleas, contracturas, mareos, insomnio…. lo provoca solo esa velocidad vertiginosa que llevamos cada día y parece que preocuparnos de nosotros mismos es simplemente perder el tiempo.
Es obvio que no podemos frenar el ritmo del mundo, que nuestra forma de vida (ni mas ni menos la que nosotros hemos elegido) nos lo exige, pero llega un momento en que nuestro cuerpo nos alerta y si continuamos con la misma actitud , comienzan a aparecer problemas realmente graves e incluso incapacitantes que se pueden resolver antes de llegar a resultarnos inaccesibles o desbordantes.
Muchas veces pienso que ante esta montaña arena de que no para de crecer, tendríamos que parar en seco, tomarnos un tiempo para nosotros, nuestro yo individual, ese al que nunca hablamos y parece que estemos enfadados con él, tendríamos que prestarle atención y preguntarle que es lo que estamos haciendo y si realmente es lo que queremos, si llenamos todas las horas del día en acciones que no nos gustan y que encima se llevan toda nuestra energía, comienza a afectar al estado de ánimo, nos convierte en personas infelices, agotadas, de mal humor, enfermas y solas (seguro que nos viene a la mente alguien así).
Debemos afrontar las situaciones lo mejor que se pueda, y para ello tenemos que estar fuertes emocionalmente, valorarnos, ya que la vida diariamente nos plantea nuevos retos y la mayoría de las veces no son tareas fáciles, y todo va a depender de cómo te plantees el mundo como algo amenzador o como algo maravilloso.
Tenemos que buscar ese equilibrio, es lógico tener pánico a la incertidumbre, a los cambios, pero sin riesgo no hay beneficio, este riesgo hay muy pocas personas que lo quieran asumir, pero si tienes un motivo fuerte por el que luchar y cambiar, hay que vencer al conformismo, siempre he pensado que la diferencia entre una persona feliz y otra que no lo es está en qué dedican su tiempo libre.
“El estilo de vida imperante exige demasiado y en áreas diversas: familiar, laboral, de pareja, social, lo que ha provocado que uno de cada diez adultos padezca estrés, depresión o agotamiento. Un cambio de hábitos y tener recursos personales para aliviar la presión que el entorno ejerce sobre cada uno, puede ayudar a sobrellevar el acelerado ritmo de vida”. (E. Punset)

jueves, 26 de enero de 2012

¡Cómo puedo acordarme!

Hola amigos y amigas. Hoy no tengo mucho tiempo porque salgo ahora de viaje. Así que solamente os comentaré una cosilla, un recuerdo que me vino el otro día y me hizo reflexionar sobre el poder de los anuncios. Por mucho que digamos que si el marketing actual blablaba, que los niños de hoy consumen mucho blablabla, no olvidemos que nosotros somos hijos de la publicidad también, y que de pequeños ya nos bombardeaban desde la tele, durante menos horas, eso sí, pero bombardeados también.
Sin ir más lejos: el otro día leí no sé dónde, algo sobre un dibujito llamado Victoria Plum, y tracatrás, inmediatamente vino a mi cabeza el comienzo de la siguiente melodía que ahora os escribo: "Victoria plum, Victoria Plum, un pastelito rico es, para jugar y merendar..."
¿Cómo es posible que estuviera tan fresca en mi memoria? Ya sabemos que la música de los anuncios está psicológicamente estudiada para que permanezca, pero aún flipo comprobando los resultados...
El caso es que "investigué" por Google y descubrí que era una muñeca inglesa (en ese país hubo hasta una colección de cuentos) que se utilizó para vender unos pasteles tipo phoskitos y que, lo más alucinante, estuvo en España sólo unos meses, no funcionó y se retiró en 1984. ¡Yo tenía 6 años! (Sí, 6 hasta octubre, listillas) y alucino con que se haya quedado ahí en mi cabeza. De hecho mi hermana y yo ni siquiera merendábamos eso, creo que había en mi casa una estampita de la Victoria esta que regalaban con la merienda, pero la debimos conseguir en el cole, porque mi madre era más de pan con mantequilla y mermelada y, cuando nos compraba algún dulce, no hacía caso precisamente del marketing (ella nunca me compró donuts, sino dupis).
En fin, esto de las meriendas infantiles y los anuncios merece un capítulo aparte que espero hacer otro día que tenga más tiempo.
Espero que alguien más se acuerde de Victoria Plum, a mí me ha hecho tanta ilusión recuperar este recuerdo que a lo mejor pongo un dibujito de este duende en la habitación de mi hija, ahora que no puede aún elegir e imponerme Dora Exploradora.
Os aporto una imagen de Victoria y... buena semana
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martes, 24 de enero de 2012

Bajada de pared de revés


He descubierto en Aznar un ‘puntito’ feminista. Bueno, más bien, creo que el marido de la alcaldesa de Madrid ha contribuido, seguro que sin darse cuenta, a que un amplio porcentaje de las mujeres españolas de treinta y tantos en adelante dedique parte de las horas del día a sí mismas a la vez que hacen deporte. El ex presidente puso de moda el pádel hace muchos años y hoy, lo que antes se consideraba elitista, de ‘pijos’, se ha extendido tanto que es casi tan habitual, entre las de mi generación, como era, en mi adolescencia, jugar al baloncesto a al voleibol. “¿Qué te crees que me ha dicho mi marido?... ¿Otra vez con la ‘paliiiita’ en la mano?... ¡Mira como cuando me ve con la fregona en el mismo sitio no me dice nada el gilipollas!”. Este comentario de una de mis desconocidas compañeras de cancha hace unos meses me ha llevado a escribir sobre esto.

El pádel, además de ser un deporte, es, quizás, de los pocos que, a nuestra edad, enganchan de verdad. Quizás porque no sólo es deporte. Además de hacer ejercicio, te hace escapar de la rutina, se hacen amigos y es ‘más que compatible’ con una cervecita o vino pre o post partido, o un cigarrito de tertulia  terminado el último set. Y eso que aún no he llegado a entender del todo, aunque he caído en la tentación,  eso de ponerse una falda sin tacones… A lo mejor es que a la vez que lo vas practicando se te van formando unas piernas que te lo permiten. O tú te lo crees, que tampoco está mal aumentar la autoestima aunque sea sobre una base irreal.

Además, te das cuenta de que aún te quedan unos treinta años para disfrutar de él. Y si lo piensas… ¡no hay tantas cosas en la vida que cumplan esas expectativas! Sí, justo cuando te apuntas a un torneo, aparece una pareja de unos… cincuenta y tantos… así, ‘a ojo’…., miras a tu compañera –ilusa de ti-, pensando “esto está hecho, son nuestras”, y te meten un 6-0, 6-0, casi sin mover los pies del suelo, como si su campo midiese cuatro metros cuadrados y tu parte de la pista cuatrocientos.

Yo soy una de las ‘atrapadas’ gratamente por el pádel. Lleva años sirviéndome de terapia, me hace sentir saludable, me hace desconectar, que no viene mal de vez en cuando y, sobre todo, me ha hecho conocer a unas parejas y contrincantes muy especiales. Descubrir, empuñando una pala, amigas excepcionales. Lo dicho, gracias Aznar, aunque se me siga resistiendo, como muchos otros golpes -éste sin remedio- la maldita bajada de pared de revés… Ah, y no sólo a José María: Héctor, Óscar, Yayo, Carmelo, ¡gracias por vuestra paciencia!

lunes, 23 de enero de 2012

¿Eres fetichista?


En ocasiones soy muy escéptica, lo reconozco. Pero es que hay cosas que por mucho que quiera no puedo tragármelas. Como profesional siempre me ha encantado que llegara a la redacción un informe de esos con números que situaban a un porcentaje de la población en un determinado rol, estatus, situación, etcétera. La verdad es que en Europa Press me salvaba muchos fines de semana. Pero algunos de estos informes publicados son, desde mi punto de vista y con todos mis respetos, rotundamente absurdos.

Sin ir más lejos, el otro día ojeando la prensa leí en La Vanguardia un estudio alemán que de acuerdo con sus conclusiones, situaba a los niños cuyo padre o madre está en el desempleo alrededor de 1,5 centímetros más bajos que sus compañeros. No pude evitar sonreír. Ahora resulta que si me da por engendrar un hijo será más bajito que el otro, no por genética, sino porque hace dos años que no trabajo.

El estudio considera, además, que ello no es producto de una nutrición deficiente, sino más bien a la situación de estrés o frustración que provoca el desempleo en el entorno familiar. Y yo todo el santo día preocupada porque mi hijo coma en condiciones y resulta que lo determinante para que sea un centímetro o dos más alto es la situación laboral en la que yo me encontraba durante su embarazo.

Siempre he creído que existía una serie de factores que influían en el ritmo de crecimiento de las personas. La primera de ellas, y quizás creía yo la más importante, la herencia genética. Luego, la alimentación, el sueño o las enfermedades que puedan contraer en sus primeros años de vida. Pero ahora llegan los alemanes y encargan un estudio que echa por tierra, gran parte de estas teorías.

Pues ya lo tengo claro. Con la que está cayendo desde hace unos años y en base a este GRANDILOCUENTE estudio, en España dentro de 20 nuestra población podría tener como media una altura no superior al metro sesenta en el caso de los varones y al metro cincuenta en el caso de las mujeres. ¡Qué barbaridad!

Lo siento, pero a veces soy de llaga en el dedo. Y no doy crédito que se pueda destinar dinero a este tipo de informes chorras que aportan realmente tan poco, en lugar de destinarlo a otro tipo de investigaciones más interesantes.

Pero que las cifras no nos alarmen. Gasol, tú tranquilo, que si te echan de los Lakers y te mandan para Sant Boi, un centímetro y medio en uno de tus vástagos tampoco se notará tanto. Los demás, los de estatura media, pues nada, yo auguro que volveremos a la estatura media de la época landista, si es que ya lo digo yo, la vida es cíclica, todo vuelve. Igual así se rodará la segunda parte de “Vente a Alemania Pepe”.

Por cierto, mañana tengo mi primera entrevista con una orientadora laboral. Ya le he dicho a Jose que para encargar el segundo esperemos a que mi trabajo con esta profesional dé sus frutos, vaya a ser que el día de mañana un hijo mío pueda echarme en cara que por mi “culpa” le toco ser un centímetro y medio más bajito que su hermano.

Bueno, yo sólo espero que hayáis tenido un lunes muy GRANDE. Un besazo y hasta el próximo.

domingo, 22 de enero de 2012

¿En línea?

Después de intentar y empezar todo tipo de ejercicio físico, por fin he encontrado el que realmente me gusta y siempre me ha gustado: PATINAR.

No soy constante en mis actividades físicas, y es muy sencillo, el tiempo que me queda para hacerlo es escaso por lo que suelo ir a andar con mi perra o a correr, y esto lo hago porque me relaja, necesito ese espacio donde solo yo sea la protagonista de mi vida.

Desde pequeña he patinado, recuerdo salir a la calle con mis amigas y bajarme los patines, esos patines metalizados con las cuerdas cruzadas que se ajustaban a tu número de pie, me han durado muchos años, he patinado por las aceras, por carreteras y sobretodo lo que mas nos apasionaba era lo que mas asustaba a nuestros padres, ir a la cuesta mas empinada y deslizarte a toda velocidad, la sensación era increible y dejarte llevar aún mejor, los esguinces de tobillos y las heridas sangrantes eran habituales, entonces no existian rodilleras, coderas, muñequeras...

Durante mucho tiempo deje de hacerlo, pero dicen que es como montar en bicicleta, nunca se olvida, no estoy muy segura de que eso sea así, pienso que es cuestión de agilidad. 

Cuando llegué a la facultad me volví a comprar unos patines de cuatro ruedas, esta vez con botas ( mi pie no iba a crecer mas) aprovechaba todos los parque que hay en Sevilla, me iba los sábados con un grupo de amigas, eso fue con 20 años, aunque aquello fue una moda, otras cosas en ese momento llamaban mas mi atención.
Hoy vuelvo a tener patines, con 35 años, he vuelto a patinar, esta vez ha sido diferente, mis patines son de línea, esos de decathlon que tiene todo el mundo y jamás los había probado, el primer día que me los puse simplemente no me mantenia de pie, no sabia si me habia puesto unos patines o unos esquís y de repente pensé que no sabia patinar, pero como no podía defraudar a toda mi familia a la que llevo meses pidiendo unos patines, lo que no iba a hacer es tener miedo y guardarlos en una mochila, asi que me puse todos los avíos ( muñequeras, rodilleras, etc….) tardé unos 15 minutos en prepararme, me levanté, me agarré a todo lo que hay en mi linea de visión y de repente me lanzé, no tiene nada que ver a como patinaba con mis 20 años, me pregunto si es la edad pero evidentemente no, son las ruedas que estan alineadas….una detrás de otra…

Y entonces es cuando veo a mi hijo de 5 años que patina desde hace 2 como si hubiera nacido con ellos puestos y pienso, este niño ha tenido que salir a alguien y a su padre no….. asi que empecé a practicar sin moverme, a aprender a utilizar el freno, en como tengo que girar y en cuestión de minutos ya patino como siempre, salgo 2 horas a patinar, me voy con mis hijos, uno en patines y otro en bicicleta y vuelvo a patinar (todavía tengo que frenar y girar bien).

Me encanta patinar, igual que me gusta correr o hacer spinning, hago mucho ejercicio y disfruto de ello, y estoy deseando terminar de escribir para salir a la calle y deslizarme por toda la urbanización.
Como ejercicio para estar en forma y divertirse el patinaje "en línea" es tan beneficioso para la salud como correr o montar en bicicleta. Así lo han demostrado diversos estudios en los que se ha comparado a los tres deportes en términos de cantidad de calorías quemadas y de sus beneficios aeróbicos y anaeróbicos.
Las pruebas realizadas mostraron que en un intervalo de treinta minutos patinando a una velocidad estable y moderada, el cuerpo quema un promedio de 285 calorías y produce en el corazón 148 latidos por minuto. Normalmente, cuando se corre o se monta en bicicleta por un periodo de tiempo similar se queman 350 y 360 calorías respectivamente, produciendo en el corazón un promedio de 148 latidos por minuto.

sábado, 21 de enero de 2012

Mascotas


Acabo de ver la película Una pareja de tres (nada recomendable, por cierto, y no volveré a reconocer jamás que la he visto, sólo que me sirve de introducción para este post) y me ha hecho volver a replantearme lo de las mascotas.

Todo el que me conoce sabe bien que no me gustan los perros, gatos, ni las mascotas en general. No sé si por extensión o imitación, a mi hija tampoco, pero no sólo eso es que les tiene verdadera fobia, por lo cual para mí ha sido siempre la excusa perfecta para no hacernos con una en casa. Y eso pese a que se dan las mejores circunstancias para ello, vivimos en una casa con jardín en zona residencial, los niños ya tienen una edad en la que supongo que pueden disfrutar de una mascota, y además tenemos amigos que las tienen, pero aún así me resisto

No puedo evitar considerar una mascota como una carga más. Sólo soy capaz de ver el aspecto negativo de trabajo extra que conlleva y por mucho que me planteo las ventajas beneficiosas que pueda conllevar (y que sé que mis amigos con mascotas se encargarán de recordarme)  os digo, ni me lo planteo hasta que…

Precisamente ayer volviendo de un paseo por la playa con mi hija, se puso como una histérica porque, al igual que nosotras, decenas de personas aprovechaban el estupendo clima primaveral de este enero para pasear, muchas de ellas, con sus perros.

El colmo fue cuando se me agarró del cuello y empezó a gritar totalmente fuera de sí porque se le acerco un perrillo que no podía superar ni los 10 cms de altura…

Y encima por la noche, me ponen esa película que para los que hayáis tenido la suerte de evitar su visionado, yo os resumo: es la historia de una familia media americana cuya vida aliña un gracioso pero maleducado labrador cuya muerte lloran al final todos porque ¿qué es la vida sin un perro?

Definitivamente, o compro uno o dejo de ver estas pelís ñoñas americanas…

viernes, 20 de enero de 2012

Siempre quise ser pelirroja

Desde pequeña tengo una pequeña obsesión, y es que el personaje de Pipi Calzaslargas o en su nombre original Pippi Långstrump me marcó tantísimo al verla en televisión que desde entonces… he querido ser pelirroja. Me parecen mujeres tan sensuales, aventureras, inteligentes… o al menos ésa es la imagen que creo que proyectan a quienes las miramos, como el caso de la impactante Rita Hayworth.

La cuestión es que este empecinamiento por el naranja me llevó en varias ocasiones en mi adolescencia a teñirme el pelo con resultados bastante desastrosos. Algunos no me conocéis y por eso os revelo que soy bastante morena, con lo que el pelo rojizo y la piel oscura… no hacen un contraste que podamos llamar exitoso, vamos. Siempre fue un fracaso mi intento de pelirrojización. Estaba tan horrible que llegué incluso a lavarme el cabello tres y cuatro veces diarias para que el tinte desapareciese cuanto antes.

Tras mis intentos fallidos, abrí los ojos, me enfrenté a la realidad y me conformé con mi castaño oscuro. Al fin y al cabo, son muy pocas las mujeres pelirrojas naturales que existen en el mundo –se calcula que sólo el 2 por ciento de la población mundial, de ambos sexos- y según estudios norteamericanos, están en peligro de extinción. Dicen que puede que en 2100 no haya ni uno. Al parecer –os lo cuento para vuestra sabiduría- el pelo rojo es el resultado de la unión de dos genes recesivos en el cromosoma 16 que causan una mutación en un gen llamado MC1R, específicamente en europeos. Este gen contiene la proteína que conduce a la producción de melanina, que es la que les da el pigmento al cabello y a la piel. Y como es un gen recesivo, tiende a desaparecer.

Pues nada, volviendo a lo que nos concierne, concluyo que la genética me jugó una mala pasada. Yo debí ser pelirroja. Debí tener pecas por todos sitios y el pelo endemoniadamente naranja. Y me da igual que deban cuidarse más del sol, y los estudios que especifican que sienten un 20 por ciento más el dolor (si, no es broma, los médicos aseguran que en las intervenciones deben suministrarle más anestesia) y que en otros estudios se relacione incluso el pelirrojo con enfermedades mentales y agresividad… pero qué queréis que os diga…:

¡¡¡que siempre quise ser pelirrojaaaaaaaa!!!

jueves, 19 de enero de 2012

Tiempo limitado

Los últimos posts tenían un denominador común, el uso de las nuevas tecnologías… Recuerdo hace unos 14 años en la facultad (en una clase de Gómez y Méndez, creo) un debate que surgió sobre si los entonces incipientes teléfonos móviles y correos electrónicos (que la mayoría aún no teníamos siquiera) iban a favorecer o entorpecer las relaciones interpersonales.

Ayer volvía a salir este tema, y creo que casi siempre llegamos a la misma conclusión: son una herramienta que, bien utilizada, facilitan el poder estar en contacto con personas con las que de otro modo sería imposible. Y es verdad. Pero mi experiencia (que no tiene por qué ser la vuestra) me muestra que al final te relacionas siempre con los mismos. Y es por una simple cuestión de tiempo. El correo, internet me ayudan a dar un “toque” de vez en cuando a aquellos que tengo lejos o que ya no forman parte de mi cotidianeidad. Pero se queda en eso, un “toque”, una aportación de información básica (“¿cómo estás?”, “yo esto o lo otro”) y no se profundiza ni se retoma la relación.

Y eso que yo ahora mismo tengo tiempo, no trabajo y todavía no cuido de hijos. Pero semanalmente reparto mis horas entre un grupo estable de unas 14-15 personas, familiares incluidos. Luego hay otro círculo al que no veo semanalmente pero sí cada pocos meses. Y luego aquellos a los que me resisto a dejar del todo en el olvido y a quienes doy uno de esos mencionados y esporádicos toques. Creo que fue Kika la que habló un día aquí de esa teoría de los círculos, y es que, personalmente, no me da para más. Las nuevas tecnologías te ayudan, pero al final tienes tiempo para dedicar a un grupo más o menos fijo y limitado de personas, por cercanía, por intereses comunes o por lo que sea.

Sin ir más lejos, cuántas personas agregamos a Facebook pensando “qué guay tenía a fulanito totalmente perdido y ahora sé de él y lo he encontrado”, y es verdad, se agrega a tu agenda de contactos, adquieres información básica sobre esa persona que un día formó parte de tu día a día y te enteras de dónde vive, de si tiene pareja e hijos y, en la mayoría de los casos, eres partícipe alguna vez que otra de una foto suya en la playa, de una frase que a veces no entiendes o de una canción que cuelga. Y ya está. Sigue sin formar parte de tu vida actual porque algún día dejó de estar, por algún motivo, causa que Facebook no va a remediar.

En definitiva, nuevas tecnologías sí, pero más bien como manera de aumentar información sobre nuestros conocidos, las relaciones personales de verdad siguen siendo en número como antes.

martes, 17 de enero de 2012

¿Uso o abuso?



Facebook, WhatsApp, Twitter, correo electrónico, sms… ¿Os habéis parado a pensar cuántos minutos de nuestra vida dedicamos, cada día, a relacionarnos con los demás mediante estos sistemas?

No dudo que para muchos de nosotros son magníficos instrumentos para mantener el contacto con personas a las que queremos y que, de otra forma, no sería posible. Para otros, además de eso, suponen una herramienta fundamental en su trabajo diario, un complemento perfecto para su profesión.

Sin embargo, me pasma ver a parejas cenando en un restaurante sin cruzar palabra, sin mirarse a los ojos, mientras uno de ellos, o incluso ambos, observan atentos la pantalla de su I phone, Blakberry o cualquier otro artilugio rectangular con pantalla. Grupos de amigos en el Metro que, eso sí, en círculo o sentados todos en fila, no se interrelacionan, se acompañan físicamente pero no tienen ningún contacto intelectual.

Hace unos años nadie habría entendido que personas adultas ‘hablaran’ durante una conferencia, una presentación o una reunión de trabajo. Se consideraba una auténtica falta de respeto al ponente o a los participantes en un encuentro. Hoy, lo que no permiten los docentes en sus clases, lo vemos cada día hacer a profesionales en situaciones como éstas. Nos parece absolutamente lógico que se ignore al que tiene la palabra mientras nuestra mente está más ocupada con aquella otra u otras personas destinatarias y emisoras de mensajes ‘virtuales’.

Es más, en la mayoría de los casos, vemos a estas personas con una  manto de profesionalidad. Están tan ocupados que no pueden dejar de gestionar a la vez que realizan otra de las importantes funciones que tienen que desarrollar al cabo del día. Quizás en unos años, como pasó con el tabaco, seamos conscientes de que sí es una falta de respeto no estar con los cinco sentidos en determinadas situaciones. Sin generalizar, por supuesto, pero, a la vez, sin minimizar situaciones en las que se roza la mala educación respecto a los que comparten con nosotros el mismo espacio y tiempo.

Me gustaría tener una estadística que reflejara en cuántas de esas ocasiones se utiliza el móvil para concretar cuestiones inaplazables, ya sean personales o profesionales,  y, en cuántas otras, sus protagonistas, huyen, apoyándose en ellas, de la realidad que les rodea, un ‘aquí y ahora’ que nos parecen mucho más aburridos que aquello que nos sorprende ‘al otro lado’. Creo que estaríamos ante un interesante resultado. Sabríamos si la mayoría de nosotros estamos más cómodos, somos más felices o simplemente nos divertimos más en ese otro mundo al que no sé si llamar virtual porque me atrevería a decir que, a veces, es más real que ese 'estar' al que claramente desdibuja.

lunes, 16 de enero de 2012

Tiempos que cambian


Me sorprende la de puñetas con las que hoy día está cargado el mundo de los niños. Creo, y no me equivoco mucho, que los que ahora estamos en los treinta y tantos –recientes o ya largos—incluso en los cuarenta y pocos, hemos vivido una infancia que en mi diccionario particular defino como “infancia de oro”.

Sí, una niñez en la que se empezaba a convivir con ordenadores –recuerdo mi primer curso de informática en tercero de EGB, con un IBM y un libro que se llamaba Lenguaje Basic para niños--, pero éstos no marcaban nuestro trabajo. Ya empezábamos a conocer a Mario Bros y la Nintendo pero seguíamos saliendo a jugar a la calle. Lo más in en telefonía móvil era que tu madre cambiara el teléfono fijo modelo Góndola de toda la vida por un inalámbrico, tipo torre de control con una antena que casi lo hacia tan alto como tú.

También conocimos los inicios de la telebasura con las Mamachichos y las Cacao Maravillao, pero todavía los Reyes Magos nos dejaban bicicletas BH u Orbea y patines de cuatro ruedas, por supuesto (y si además eran de botas, triunfabas como la coca-cola) que sacábamos a la plaza a las cinco y media de la tarde después de que el Superatón nos diera el disgusto y no volviera a repetir eso de “No se vayan todavía que aún hay más”. Por cierto, dibujos mucho más divertidos que los absurdos Fanboy y Chum Chum.

Nuestras fiestas de cumpleaños eran auténticas reuniones de amiguitos del cole que tú elegías porque no tenías que invitar a toda la clase para que no hubiera discriminación, como las normativas actuales de las escuelas ¡Qué bien sabían los sándwiches de paté la Piara, de Nocilla y de jamón cocido y queso Tranchettes! Entonces nos regalaban plumieres de latón que en el mejor de los casos eran de la marca Busquets, o una mítica caja de 24 colores de Alpino, o un libro de El Barco de Vapor.

Incluso, los primeros móviles asomaban a la calle. ¿Quién no recuerda esos Nokias –carne de perro que duraban y duraban, así se te cayeran mil veces al suelo—con ese juego de la serpiente? Entonces eras o de Airtel o de Moviline, no había más.

Estas líneas las escribo a raíz de una viñeta que leí el otro día en un diario. No recuerdo ni el periódico en cuestión ni el viñetista. Sólo recuerdo el chiste, que me hizo llegar hasta aquí, además de sonreír. Representaba a un adolescente en el salón de su casa junto a su padre que lee el periódico. Dice el jovencito: “Ya tengo mi notebook, mi Ipad, mi MP3 player, mi móvil android y mi Ebook. Y vosotros, papá ¿qué llevabais al colegio?” A lo que respondía el padre en su bocadillo de diálogo: “La cabeza, hijo mío, la cabeza”. Me pareció tan realista la situación.

Las nuevas tecnologías marcan tanto hoy día nuestra vida y la de nuestros hijos que se nos está olvidando cómo se utiliza nuestra cabeza. Estamos tan inmersos en ellas que estamos olvidando esas nimias formas de disfrutar la rutina. Porque pienso que la rutina también se puede disfrutar. Ya no vemos niños de más de siete años jugar en los parques al fútbol, a la lata, a los cromos, al elástico, al coger o al escondite. Ya no vemos a adolescentes de entre 13 y 15 años en corrillos simplemente charlando, si consigo no llevan su Iphone para whassapear con el de enfrente, eso sí con millones de faltas de ortografía. Es más, ya no vemos a nadie sin móvil encima. Es bastante habitual preguntar la hora y que la gente te responda echándose la mano al bolsillo y sacando su pepinazo para simplemente decirte que son las 12 de la mañana. En fin, son tiempos de nuevas tecnologías y a ellas nos adaptamos todos, pero sigue siendo una pena que se pierdan algunas costumbres tan sanas.

PD: Por cierto, habla una que desde que tiene su ordenador estropeado está que trina. He tenido que desplazarme a casa de mi cuñado para poder escribir estas líneas. Y es que, lo bueno de los ordenadores y de internet y de las nuevas tecnologías, es que gracias a ellos puedo comunicarme con vosotros cada lunes. No todo es malo. Claro, esto no me pasaría si los Reyes Magos me hubieran dejado el Macintosh que pedí junto al Ipad. Ay! La crisis!!! Tendré que esperar al próximo 6 de enero.
En fin, que tengñais muy buenos y tecnológicos días, amigos!!!

domingo, 15 de enero de 2012

Dos mejor que uno... o ninguno

Dos en un día. Me levanto y veo en las noticias dos accidentes de barcos.
Tengo una fobia específica a viajar en barco, todo esto me daria igual y tal vez ni siquiera hubiese escrito jamás de esto si no tuviera la necesidad de hacerlo, pero es que nací y crecí en Ceuta y a los 18 años me fui a estudiar fuera de mi ciudad como el 85% de los jóvenes de alli, ¿eso que quiere decir? Pues que si quiero ir a mi casa y ver a mi familia y amigas tengo que viajar minimo en un año 3 veces, eso son 6 viajes en barco, durante 16 años …. ha sido y es mi calvario…… y digo 16 años porque todo fue a raiz de un viaje cuando estaba en mi segundo año de carrera.

Ahora no viajo sola, cosa que antes me permitía desatar todo mi miedo sin importarme quien miraba o que pensaban, ahora lo hago con mis dos hijos y es toda una odisea os lo aseguro, mi marido es el escudo para todo, él se dedica a entretener a los niños para que no se asusten al verme, pero a la vez no me puede dejar sola ni dejar de hablarme o calmarme y necesito sujetar su mano hasta el punto de dejarsela sin sangre, el dolor le persiste varios minutos después.

Antes de viajar a Ceuta hago todo lo posible por evitarlo con todas mis fuerzas, pero hay fechas que son inevitables, entonces ese viaje comienza quince días antes, gracias al tiempo en Internet que te da la predicción exacta, claro que en mi iphone no solo tengo esa aplicación sino también la de windguru que me da el viento exacto, en fin que antes de montarme sé exactamente como va a ser mi camino al infierno, ya no me tomo nada, ¿para que? Tomaba lexatin, todas las infusiones posibles y nada de nada asi que ni lo intento, os aseguro que conozco todas las técnicas psicologicas para el tratamiento de la fobia y no funciona.

Cuando por la ruta del toro empiezo a divisar el peñon de Gibraltar ya empiezo a estar en alerta deseando ver el mar (como si eso me tranquilizara) , en cuanto me monto en el barco si hay alguna azafata cerca lo primero que le pregunto es si se mueve, evidentemente todas me dicen que no, y se ríen ( ya se que va a volcar) me siento y entonces mi superglue invisible de mi trasero comienza a hacer su efecto , durante los próximos 45 minutos me transformo, no me muevo de posición, hay veces que cuando llego a puerto no puedo ni recordar la mitad de lo que he sufrido, comienzo incluso a escribir mensajes a gente diciendo lo que me va a pasar, incluso me he llegado a despedir, comienzo a llorar, los pensamientos que me invaden son completamentes irracionales de muertes, catastrofe, y no salir viva de esa situación (ahora con dos hijos es el doble) durante todos estos años todo el mundo (desde azafatas, capitanes, psicologos, etc) todos me decían que era imposible que pasara nada que solo son 14 km, que pueden evacuar perfectamente, que es muy difícil que hubiese alguna víctima y en efecto en el accidente de antesdeayer fue así, pero mi pensamiento es que el estrecho tiene muchas corrientes y que seguramente en un temporal ningún ser humano podria controlar al mar, en fin ese miedo constante hace que no pare de llorar, que tenga una sudoración fria, que no me llege el aire a los pulmones ( hiperventilación) y las taquicardias sean tan fuertes que este completamente segura que en otro vaivén del barco se me para el corazón.
Se que padezco esa fobia especifica a viajar en barco, por eso noticias como las de ayer hacen que me plantee con mucha tristeza el volver a mi ciudad.

Me molesta cuando me dicen que soy una exagerada, que la probabilidad de morir en un accidente de coche es infinitamente superior y blablabla porque los que me lo dicen no saben que es una enfermedad, que me impide disfrutar de mi ciudad donde crecí, de mi familia, de mis amigas porque cuando estoy allí solo pienso que tengo que volver.
Y como dice el refrán “ en casa de herrero , cuchara de palo” soy psicóloga y no puedo hacer nada por ello.... bueno si...... siempre me quedará la hipnosis.

sábado, 14 de enero de 2012

Tiempos extraños

Han sido unas Navidades raras. No las he podido disfrutar todo lo que yo hubiera querido pero bueno, no me puedo quejar, hay gente que ni siquiera tiene Navidades, o al menos como yo las entiendo (días de diversión, retorno al hogar familiar, comilonas, regalos, etc….).

En el trabajo también son tiempos raros. Todos sabéis porqué así que no me voy a explayar aquí, pero en definitiva tampoco me puedo quejar, tengo un trabajo, lo que ya es mucho hoy día.

El único ámbito en el que no pasan cosas especialmente raras es el hogar. Sin embargo, el que el resto de ámbitos estén enrarecidos tampoco contribuye a que el día a día familiar sea fácil. Pero tampoco me puedo quejar. Salimos adelante con holgura. Todos los que quiero tienen salud, o al menos nada lo suficientemente grave como para que pueda temer por ellos. 

En definitiva, últimamente tengo la sensación de que he perdido el derecho a la queja. Todo está tan mal a mi alrededor que ahora resulta que soy una privilegiada y por eso, no tengo derecho a quejarme. 

Esto me tiene mosqueada  desde hace un tiempo y no es que yo sea la más quejica de la historia pero despotricar un rato, da un desahogo estupendo, pero si cuando lo haces te sientes fatal porque hay gente que está peor que tú, pues ya, como que pierde todo su encanto.

Así que éste ha resultado ser un post de queja porque no puedo quejarme. ¿Qué le vamos a hacer? Vivimos tiempos extraños.

(Ay, que bonita es esta vida 
aunque a veces duela tanto 
y a pesar de los pesares 
siempre hay alguien que nos quiere, 
siempre hay alguien que nos cuida, Qué bonita es esta vida, Jorge Celedón)

viernes, 13 de enero de 2012

100 cajas de nada

Libros, revistas, zapatos, sábanas, juguetes, cuadros, lápices, vajillas… ¿os habéis detenido a contar cuántas cosas poseemos hoy en día? Sí lo ha hecho
World Wildlife Found (WWF) en Francia, que estima que en la actualidad tenemos de 3.000 a 4.000 objetos en nuestros hogares, 15 veces más que nuestros abuelos. Dos generaciones han acumulado un 85 por ciento más de cosas que la anterior. Una empresa de mudanzas (Zarzas) ha cuantificado además en cuántas cajas cabe lo que contiene una vivienda. Muebles grandes aparte, varía desde las 60 cajas de un apartamento a las 100 de un chalet.

El día post Reyes Magos tuve una crisis. La podemos llamar “crisis de objetos”. Borracha de objetos, eché un vistazo a mi alrededor. Había cosas por todos lados. No sabía donde meter los nuevos regalos que sus majestades habían traído. Caí en la cuenta de que incluso había cosas que trajeron el año pasado ¡que aún no habíamos abierto! Y quise, por un momento, no poseer nada de ello. Despojarme de lo superfluo, de lo añadido… quedarme con lo trascendente, con lo que llevo encima.

Algún día de mañana se mirará al siglo XX y se preguntará por qué poseíamos tantas cosas. Un ejemplo: ¿por qué todos los hombres quieren tener un taladro si, según un estudio, domésticamente sólo se utiliza durante 12 ó 13 minutos durante toda la vida? ¿Y para qué quiero 15 bufandas (las conté el otro día) si sólo suelo –y puedo- ponerme una?

No sé si es el consumismo desenfrenado en el que nos movemos, la necesidad de posesión del ser humano o que somos fetichistas/coleccionistas. Pero la realidad es que ese montón de cosas, esas 100 cajas de mudanza, no nos hacen feliz en absoluto. La vida es otra cosa. Es guardar en tu retina aquel día que tu hijo te sonrió irresistiblemente; en tu estómago aquella comida de aquel restaurante que descubrimos callejeando; en tu piel el beso de tu padre cada vez que debía irse al mar; en tus manos el tacto de la arena en las vacaciones de verano.

No somos lo que tenemos… sino lo que sentimos. Y, siguiendo con la publicidad, tema recurrente en mis posts, os diré que considero muy acertado el slogan de una conocida marca de güisqui: be rich in experiences. Y eso no significa, ni mucho menos, que vaya a entregarme -aún más- a la bebida…

martes, 10 de enero de 2012

Rosa de los vientos


Siguiendo el hilo que ha iniciado Kika, y de acuerdo con ella en que para mantener el norte hay que disfrutar del sur, estoy convencida de que, para poder ilusionarse, entusiasmarse con esos momentos que salpican la rutina y las responsabilidades diarias hay que nivelar, estabilizar la rosa de los vientos para estar seguros de cuáles son nuestros puntos cardinales y si realmente son los que queremos. Las pinceladas de sur deben iluminar una, ya, por sí misma, atractiva acuarela de norte.

Desde la adolescencia he tenido dos extraños antojos. Llevar gafas e ir al psicólogo. Absurdo, ¿verdad? Pero tenía una vista estupenda y una estabilidad emocional que no me daba ningún motivo para acudir a terapia. Las largas jornadas laborales y las horas bajo el flexo me regalaron la miopía a los veintitantos. Y al final no opté por empujar la montura, por el centro, con el dedo, mientras estudiaba - que  creo que era lo que me gustaba de llevar gafas- sino por las lentes de contacto. La vida también me ha llevado a una consulta psicológica que me ha ayudado, tanto o más que la ciencia óptica, a enfocar el presente e incluso el pasado.

Antes de tener treinta y tantos, los momentos de sur multiplicaban a los de norte y, en la cima de la rosa de los vientos, todo salía bien si hacías lo que tenías que hacer. Rozando ya las cuatro décadas, quizás, como afirma la gran profesional frente a la que me he sentado algunas veces, podemos ver nuestra vida como una sucesión de fichas de dominó. En fila. Ahí están: hijos, familia, amigos, pareja, trabajo, aficiones, obsesiones, ilusiones… Llega un momento –que según parece por lo que veo a mi alrededor suele aflorar en la mitad del ciclo vital- en el que algunas fichas empiezan a tambalearse. Alguna se cae y tumba a la siguiente y ésta a la otra y, así, sucesivamente. Lo que era estable, firme, tiembla hasta incluso romperse.

La clave está, desde mi propia experiencia y con la inestimable ayuda de la que ha sido ‘mis gafas’ introspectivas, en observar las fichas, una a una… Una vez analizadas , a trabajar. Algunas quedarán en su sitio, otras las tendremos que colocar mirando hacia otro lado, otras las giraremos y otras directamente las desecharemos porque ya no nos sirven. Incluso podemos buscar nuevas fichas.

El resultado ya no será esa línea recta que habíamos construido, sin saberlo, durante años. Puede que sea un cuadrado, una elipse o una especie de escalera. Cualquier trazo o dibujo vale siempre y cuando podamos volver a tener el norte en el más alto de los pétalos de su rosa y el sur, sujetándolo, abajo, para disfrutar de ambos, para sonreír con ambos, para, en definitiva, VIVIR, con mayúsculas, con ambos.   

Swift.