martes, 15 de noviembre de 2011

No soy adicta

La Real Academia de la Lengua define el término adicción como “Hábito de quien se deja dominar por el uso de alguna o algunas drogas tóxicas, o por la afición desmedida a ciertos juegos”. Según esta acepción, no, no soy adicta al tabaco -¡y eso que fumo!-. Quizás lo soy a mis hijas, a Manolo García, al Pinch your cheeks, al pádel… Tal vez a nada, porque ni mi niñas, ni el ex-Último de la Fila, ni el colorete líquido de Origins son “tóxicos”, todo lo contrario; ni mi ‘padelmanía’ es “desmedida”, sino terapéutica. Sí, fumo, pero no soy adicta a la nicotina, igual que no soy alcohólica por tomarme un gin-tónic, un mojito o una copa de Ribera del Duero cada muchos días.

No “me dejo dominar por el uso del tabaco”. Sin embargo, me encanta que un cigarrillo complemente ciertos momentos. No voy a negar ninguno de los argumentos a favor de la ley del tabaco vigente en nuestro país, no voy a entrar en ese debate. Reconozco que tiene una base sólida, incuestionable si apelamos a la salud propia, a la de los demás, al gasto sanitario y a todo lo demás…

Pero tengo derecho al pataleo y a decir cómo echo de menos varios pitillos: cómo echo de menos ese cigarrito que, en medio de un concierto, hacía coincidir con una de las pocas canciones que no me sabía del repertorio; ese cigarrito que encendía justo después de dar el primer sorbo a una copa de balón, a oscuras, con música de fondo, mientras miraba a los ojos a una amiga que me iba a contar algo de lo más interesante; ese cigarrito que me fumaba después de bailar Insurrección o Clavado en un bar en una fiesta; ese cigarrito que nos acompañaba, a Anita Castillo, a Mari Ángeles y a mí misma, en nuestras crisis de ‘surrealismo laboral’ desayunando en el Oly; o aquel del pasillo de la UNED, con mi amiga Leticia, mientras esperábamos, histéricas, que nos citaran con nombre y apellidos.   

Aunque no me los han prohibido todos... Puedo seguir disfrutando de ese ‘complemento de situaciones especiales’:  el que sigue a un baño en la playa, justo después de secarme un poco, ponerme cremas y sentarme en la toalla; el pitillo del telesilla, con un solo guante, antes de deslizarme pista abajo; ese par de cigarritos que Adela y yo disfrutamos, cada mañana, al sol  de la Plaza de la Contratación, entre confidencias; ese que me fumo cuando me escapo de una ceremonia nupcial con la persona que estoy deseando compartir la primera copa de la barra libre en la boda; ese que me fumo con mis compañeras-amigas de pádel cuando terminamos la clase o el partido –sí, ya sé que no es muy sano ni deportivo, pero qué bien nos sienta…-

Además, a mi adolescencia le faltaría una pata sin esos cigarritos de las madrugadas de verano, a tres, con mi primo Enrique y mi amiga-hermana Rocío, en una de sus camas o en la mía, comentando la ‘última jugada’ de la noche; y esos que aspirábamos en el balcón de la calle Ancha sanluqueña cuando cerrábamos ese largo parto que suponía un nuevo ejemplar de Sanlúcar Información, con  Tell Him de Vonda Shepard como banda sonora, ¿recuerdas Nico?

Pues sí, no soy adicta, no, pero de vez en cuando, en ciertas ocasiones, fumo, y me gusta, y disfruto, y voy a seguir haciéndolo. Respetando las normas, por supuesto. No soy adicta al tabaco, no, quizás lo soy a esos momentos especiales en los que decido que me acompañe. Y, por cierto, una única broma final: en los bares de copas olía mejor antes que ahora, ¿verdad Kitty?

Swift.

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