sábado, 28 de abril de 2012

Todos (o casi todos) tenemos una


Hoy me voy a meter en camisa de once varas. Sí, abordaré ese oscuro mundo de las suegras, porque esto es como lo del primo en Connecticut, todos tenemos una, y por tanto una historia que contar.

Las hay de todos tipos, formas y colores, hasta ahí todo de acuerdo. Lo que cambia es la forma en que cada una/o abordamos la relación con ellas. Yo tengo miles de experiencias en mi entorno, unas mejores, otras peores, otras incluso inexistentes, pero todas se caracterizan aunque sea en una sola ocasión por la conflictividad.

¿A ver quién es la guapa que no ha querido matar (metafóricamente) alguna vez a su suegra? Y es que la relación con la madre de tu pareja es ya no digo si buena o mala, al menos complicada. Es su madre, y para nuestra suerte o desgracia siempre va a tener algo que decir sobre cualquier aspecto de su vida que también es la tuya.

Como he hecho con otros temas, os digo que no tengo la fórmula mágica en este asunto, sólo os puedo contar mi humilde experiencia.

Y es que para mí las relaciones con la familia política han sido siempre algo a evitar, o al menos cuánto más tierra de por medio, mejor, lo que no ha sido difícil, dado que la propia geografía se ha encargado de mantener a cada uno en su lugar. Hasta ahí, bien, pero todo cambia cuando tienes hijos. Los niños lo alteran todo, para bien o para mal, y una de estas cosas es las relaciones familiares.

No me preguntéis porqué pero yo he constatado que es así. Lo que antes era una relación fácil y fluida empieza a complicarse, en parte, supongo que porque todo lo que rodea a los pequeñines te duele.

Como os he dicho antes ni tengo ni creo que haya fórmulas mágicas. Lo ideal es llevarse lo mejor posible, cuando tienes de tu parte a una suegra, tienes una segunda madre, una aliada más en el duro camino de la crianza de los niños. Pero cierto es que hay veces que resulta imposible. Entonces el respeto mutuo es el objetivo a lograr. Tú en tu casa, yo en la mía y dios en la de todos.

Pero aquí el papel fundamental es de alguien a quién no he nombrado hasta ahora: tu pareja. Su comprensión y respaldo ante cualquier divergencia son básicos, pero no me malinterpretéis: no se trata de convertir el asunto en una guerra. Tratar de posicionarlo siempre a vuestro favor y enfrentarlo así a su madre es una batalla perdida, precisamente por eso, porque es su madre, lo fue antes de conoceros, lo sigue siendo y siempre lo será, y es una evidencia ante la que sólo podemos rendirnos.

¿Cuando no tenía hijos me preguntaba qué tipo de madre sería? Esa duda se va resolviendo sola, cada día. Ahora me pregunto ¿qué tipo de suegra seré yo? El tiempo lo dirá.
(I try to rock her in my cradle.
I try to knock her out.
I try to cram her back in my mouth, yeah.
Seether, de Veruca Salt)

jueves, 26 de abril de 2012

Gente sin luz


Una de las ventajas que tiene esto de trabajar en divulgación de ciencia es que me tropiezo con estudios sorprendentes. El otro día me topé con un artículo que demuestra que el ser humano emite luz. Es lo que tiene estar hecho de la misma materia que las estrellas. Aunque esta luz es invisible para el ojo humano, científicos japoneses han comprobado que el cuerpo humano produce biofotones como resultado de su metabolismo energético. Usaron una cámara criogénica sensible a emisiones fotónicas débiles, descubriendo que  el cuerpo humano produce pulsiones rítmicas de luz, que es el rostro el que emite una mayor cantidad y más constante y que es durante la tarde cuando más luz desprendemos. Además, dan un dato curioso: cuanto menos duermes, menos luminosidad emanas.

Gente. Luz. Me hizo reflexionar sobre el sentido que tiene esto filosóficamente hablando. Creo que hay tres tipos de personas en nuestras vidas: las que te contagian con su luz, las que pasan sin desprender ningún halo para ti, y las que te roban o absorben luminosidad. Estas últimas son personas tóxicas, altamente nocivas, que nos llenan de cargas y frustraciones, y potencian nuestras debilidades. Apagan, en definitiva, nuestra luz. Seguro que mirando a vuestro alrededor detectáis personas así. Ciertamente, identifico a algunas personas a las que, el mero hecho de escuchar, me produce estrés. Es así: sus malos rollos alteran nuestra bioquímica cerebral al producir más adrenalina y cortisol. Estrés, en definitiva. Los psicólogos afirman que hay que alejarse de ellas para ser felices. Y así lo he intentado hacer siempre y creo que he conseguido en mis treintaytantos años de existencia.

El problema se complica cuando no son tóxicas las personas, sino las situaciones. Y respecto a eso, hoy en día, sabemos mucho. El bombardeo de informaciones negativas sobre la crisis económica está envenenado a la sociedad y elevando la toxicidad del ambiente. El exceso de estímulos negativos –recortes, despidos, impuestos- está modificando los estados emocionales de las personas  y se generan situaciones de miedo, frustración, ansiedad y en definitiva, un cuadro de estrés que intoxican a la personas a nivel emocional, bioquímico y físico. Estamos intoxicados. De hecho, el neurobiólogo Jorge Colombo describe este fenómeno que ha bautizado como toxicidad social y que está provocado por el predominio de una sociedad malhumorada, que no puede asimilar ni contrarrestar tantos estímulos negativos.
Y ante eso, ¿qué podemos hacer? Cuando no es cuestión de evitar a una persona que te absorbe tu preciosa luz, sino de convivir con una situación tan tóxica, ¿tenemos alguna salida? Conozco a personas que han dejado de seguir a los medios de comunicación; otras que le han dado cerrojazo a las redes sociales, unas pocas que se refugian en la ficción de las series americanas… Y yo me pregunto: ¿la solución para recuperar la luz es darle la espalda a la realidad? ¿es entregarnos al fútbol o al vino o a Juego de Tronos para evitar la toxicidad? Es triste.
Una segunda vía es cambiar la lectura. Los neurólogos insisten en que no hay una realidad, sino formas de interpretarlas. Afortunadamente, la neuroplasticidad del cerebro permite crear nuevas conexiones neuronales que cambian la forma en la que una persona interpreta lo que le rodea. Esta solución me parece aún más triste. ¡Y tremendamente cruel! ¿Cómo le digo a aquel que no tiene trabajo, ni puede siquiera tomar cuatro cafés al mes que no se intoxique, que no es que otros le estén robando su luz, su vida, es que tiene que aprender a interpretar la realidad? Eso, lo de interpretar, se lo dejo a los políticos, que lo hacen majestuosamente bien. Todos los demás nos ocuparemos de guardar, atesorar, proteger… la poca luz que nos dejan.


martes, 17 de abril de 2012

Vivencias personales, bochornos nacionales


Domingo 15 de abril de 2012. El País. Periódico no deportivo de mayor difusión en España. Portada: foto del Rey Don Juan Carlos, junto a una ‘réplica humana’ de Ken un día en la jungla, orgulloso ante su hazaña de matar a un elefante previo pago de más de 30.000 euros la pieza. Contraportada: entrevista a Sor Lucía Caram, monja dominicana contemplativa. Titular: “Rajoy tendrá dificultades para ir al cielo”.  

¿Es ridícula la actualidad? ¿Es ridícula la realidad? ¿Es ridículo El País? ¿Es ridículo este país? ¿Es ridícula la información? ¿El País quiere ridiculizar la actualidad, la realidad, a través de su forma de tratar la información que acontece en este país? Cada uno tendrá su propia respuesta pero, personalmente, ver tal patetismo flanqueando, por delante y por detrás, un diario de referencia, eleva a la máxima potencia mi, ya de por sí agudizado, sentido del ridículo y la vergüenza ajena.

Y eso sin pertenecer a ninguno de los ‘clubes’, ni al de los monárquicos, ni al de los católicos, aunque imagino el bochorno que deben sentir los que sí se sienten identificados en sus filas. La mayoría de representantes políticos, periodistas y la ciudadanía en general, contempla el espectáculo con distintos grados de estupor y expresa su malestar ante los micrófonos, con sus plumas, en las redes sociales o en la barra del bar. Los argumentos de crítica son de sobra conocidos por todos. Y seguramente los comparto en su mayoría. Pero me gustaría ir más allá.

Ayer lunes, un articulista destacaba en las páginas de otro periódico de tirada nacional que “cuando las instituciones son fuertes e inamovibles, arremeter contra las personas que las encarnan no les causa menoscabo alguno”.  Esta afirmación me llevó a una reflexión transformada en pregunta: ¿No serían estas instituciones ‘dinásticas’ o ‘divinas’ mucho más fuertes e inamovibles si tratásemos a las personas que las encarnan como eso, como personas? Sin ánimo de justificar la salida de tono, ‘pérdida de papeles’, falta de respeto o como le queramos llamar a los últimos acontecimientos protagonizados por la Familia Real, me pregunto si ese tipo de comportamientos serían menos frecuentes si la respuesta fuera afirmativa.

No puedo evitar que me chirríen, en pleno siglo XXI, frases como “el Rey ha de elegir entre las obligaciones y servidumbre de la Jefatura del Estado y una abdicación que le permita disfrutar una vida diferente”. O “la Reina entiende que su condición personal de madre del heredero de la Corona y esposa del Rey le compromete a seguir manteniendo las formas y asumir las obligaciones oficiales pese a los gestos crispados del monarca hacia ella”. Todas ellas redactadas por un ex director de ABC que asegura que, refiriéndose al Rey, “su estrecha e íntima amistad con Corinna zu Sayn-Wittgenstein ha dejado de constituir un rumor para convertirse en una certeza”.

Quizás si los miembros de estos ‘clubes’ contribuyeran a cambiar sus ‘normas’ desde dentro y no se escandalizaran ante situaciones humanas y normales de aquellos que les representan, las ‘vivencias personales’ no se convertirían en ‘bochornos nacionales’.

Swift.