Los neurólogos están constatando algo que sospechábamos: el
cerebro gasta menos energía en observar el mundo exterior que en elucubrar,
experimentar e imaginar. La principal causa es que hablamos demasiado y, si
hablamos todo el rato, nuestro cerebro no puede analizar el mundo que hay ahí
fuera. Y nos lo estamos
perdiendo.
Situación 1. Nos encontramos en la calle con una persona a la que hace mucho
tiempo que no vemos. “¿Cómo estás, cómo
te va?”, le preguntamos. “Pues ya
ves, trabajando, que es que no paro, estoy superliada, y con los dos niños más
aún, y encima no te lo vas a creer pero estoy estudiando las oposiciones, sí,
sí, oye tú estás muy guapa, yo me he hecho la ortodoncia también, lo ves,
bueno, un beso que llevo prisa”.
Situación 2. Llamas por teléfono a tus padres. “Vaya día que llevo mamá, el niño con fiebre, y en el trabajo resulta
que han echado a mi jefe. No sé si soy la siguiente, vaya. Por cierto, qué
bueno estaban los canelones que me enviaste. Oye, que creo que no podré ir el
fin de semana con este enfermo. Ya te aviso. Venga, que se me quema la cena, te
dejo, mañana hablamos”. “Adiós hija”
Situación 3. En el parque con una vecina. “No
sé qué le pasa a mi niño, que lleva un par de días que se hace pipí encima”.
Ella responde: “Pues la mía para eso es
buenísima, esté donde esté ella me lo pide porque es muy madura, lleva sin
hacérselo encima desde que le quité los pañales, vaya, y eso que se los quité
pronto, que con un añito y medio ya no tenía. Al revés que mi Mario, que con
dos años y medio aún los llevaba, pero cada niño es que tiene su tiempo, bla,
bla, bla”
¿Realmente se ha
producido una comunicación en estas situaciones? NO. Se habla demasiado, se
escucha muy poco. El verdadero problema es que nos creemos el centro del universo. Y eso, aparte de ser una falta
de respeto hacia nuestros interlocutores, demuestra lo poco inteligentes que
somos: verdaderamente se aprende
escuchando, en lo que se llama “escucha activa”, que implica que se tiene
la habilidad de escuchar lo que la persona está expresando directamente, y también
captar los sentimientos, ideas o pensamientos que subyacen a lo que se está
diciendo.
Hay una frase
muy famosa de la Marquesa de Sevigné (no soy tan ilustrada, no la conocía de
nada hasta que he buscado citas para este post) que dice: “si nacemos con dos ojos, dos orejas y una sola lengua es porque se debe
escuchar y mirar dos veces antes de hablar”.
Hablamos,
hablamos y hablamos. Y, sin embargo, ¿cuántas cosas decimos a lo largo del día
que realmente aporten algo a los demás? No se nos mete en la cabeza que escuchar es comprender; quien escucha no está desempeñando un rol
pasivo, está trabajando activamente con el pensamiento. Y en esa ida y
vuelta, se produce la comunicación.
Os dejo con otra frase, de otro personaje que no conocía,
pero que viene al dedo:
“Callando es como se aprende a escuchar,
escuchando es como se aprende a hablar y hablando se aprende a callar” (Diógenes
de Sínope)
Vamos a
callarnos un poquito, por favor.