sábado, 10 de marzo de 2012

Te admiro

Se levanta por las mañanas, a la hora que quiere, que a pesar lo que diga su mujer suele ser temprano. Desayuna con tranquilidad, ya no hay lugar para las prisas en su vida, se afeita y se pone su sonrisa diaria, esa que no es forzada ni fingida, porque es la sincera expresión de la felicidad absoluta. Es muy afortunado. Le acompaña (la sonrisa y, por tanto, la felicidad) la mayor parte de sus días.


Hace sus labores, la cama, la compra, la comida y cuando todo está a punto se marcha a echarle un vistazo a su barquito, a darle una vuelta a su mundo de marino en tierra que 
no necesita más que la brisa mezclada de Atlántico y Mediterráneo para volver a rememorar las miles de vivencias que atesora tras una vida de viajes y estancias, con bella historia de amor incluida, digna de un libro que algún día escribiremos.


Si te descuidas, te la cuenta (su vida) aunque apenas hayan transcurrido un par de minutos de conocerte, porque si hay algo que le gusta es presumir de experiencias, de aquellos con los que compartió momentos, de aquellos que tienen la suerte de seguir en su día a día; y a los que aprecia y a los que quiere, y a los que cuida con una generosidad  y hospitalidad que en ocasiones llega a ser abrumadora.


Y es que él es excesivo en casi todo lo que hace. Si fuma, no es tan sólo un cigarro, sino el paquete entero; si son cinco los invitados, cocina para veinte; no habla, aunque tampoco grita, pero su voz resuena en toda la casa, donde una vez más intentará llevar la razón en un mundo de mujeres -las suyas- ante las que siempre termina inevitablemente rendido. Su mayor exceso, no obstante, es en su manera de querer, sobre todo a ellas (sus mujeres).


Es mi padre. El único. El genuino. Cuando lo miro, a veces lo siento tan cerca, otras tan lejos, pero siempre a mí unido por mucho más que la sangre. Una fuerza y un sentimiento labrado tras años de convivencia (¡a punto de cumplirse 35!), unas veces fácil, otras difícil, pero de los que guardo en mi memoria especialmente lo mejor, por el ejemplo que conforma para mí como padre, como marido, como amigo, como ser humano excepcional. De esos que sabes que nacen una vez cada siglo; de los que si no existieran, habría que inventarlos.


Que le quiero lo sabe, aunque no nos lo digamos a menudo, casi nunca; que le agradezco todo lo que ha hecho y hace por mí, también; pero hay otra cosa que probablemente no le he dicho nunca, lo mucho que le admiro. 


Pues eso: Te admiro, papi.

1 comentario:

  1. Completamente de acuerdo, hay tantas cosas que ta saben y tantas que no les decimos....

    ResponderEliminar