miércoles, 7 de marzo de 2012

Cuando las mujeres seamos mujeras

Realmente la polémica suscitada en torno al tono sexista que se le quiere atribuir a nuestro lenguaje me parece innecesaria. Hay cosas que, desde mi humilde punto de vista, no son necesarias. Y ésta es una de ellas.Soy mujer y del siglo XXI, por lo tanto, muy a favor de las políticas que favorezcan a mi sexo, que no a mi colectivo porque a mi esa manía de atribuir el término “colectivo” al grupo de personas definidas por un mismo sexo no me gusta. Para mi un colectivo es otra cosa, pero bueno, es un matiz personal.
Volviendo al tema, soy una mujer de este siglo: trabajadora (ahora dentro del colectivo de personas paradas, como se pretende que se denomine al grupo de parados), pensadora, estresada, lectora, educadora, esposa, madre, etcétera, etcétera y jamás me he sentido discriminada por nuestro lenguaje. Además, tengo la suerte de tener una profesión feminista: periodista (como acaba en –a, no hay lugar a la masculinización).
El hecho de que cuando se pluralice se hable en masculino no me ha creado ningún trauma. Cuando estábamos en casa de los amigos y amigas de mi padre y de mi madre y nos llamaban para merendar nunca reparé en sentirme ofendida porque nos dijeran: “Niños, a merendar”, aunque solo hubiese dos niños y seis niñas. Jamás, me he sentido inferior cuando en alguna conferencia o clase el profesor o profesional se haya dirigido a su público como “señores” y no haya especificado: “Señores, señoras y señoritas”. En cambio, si me resultó chocante la expresión, en su momento, de la diputada Carmen Romero en un acto multitudinario de “Jóvenes y jóvenas”.
No quiero meterme en camisa de once varas porque no soy lingüista pero adonde quiero llegar es que para mí el sexismo no está en los vocablos, sino en los comportamientos. Y aquí sí que habría cabida para un largo debate.
Para mí, no es importante que utilicen un “vosotros” en lugar de un “vosotras” cuando haya hombres y mujeres en un mismo espacio. Para mí, carece de importancia que sea un parado más en lugar de una parada más (además, hemos de tener en cuenta que, gracias a nuestra riqueza lingüística, el cambio de una letra en una palabra, puede cambiar su significado por completo). Para mí, lo que realmente supone un punto digno de reforma sexista son las despiadadas desigualdades salariales entre hombres y mujeres. Las crudas desigualdades en materia laboral y no el uso o no sexista lingüístico.
Todavía siguen habiendo más directivos que directivas, todavía ganan más dinero los hombres que las mujeres en un mismo puesto, todavía es mentira que exista conciliación laboral y familiar. Eso sí que me ofende. Eso sí que me apena.
Curiosamente, el otro día en una reunión con una orientadora laboral revisando mi curriculum me aconsejó que quitara mi fecha de nacimiento del mismo. Pregunté un poco contrariada. Pero su respuesta me contrarió más y, encima, me puso de mala leche: “Pues es sencillo, Ana. Me daría rabia que en un proceso de selección de personal te echaran para atrás en la tercera línea”. “Y eso ¿por qué?”, pregunté. “Verás, cuando existen muchos candidatos y hay que ir descartando personas, es fácil que digan esta candidata (que no candidato) es de 1977. Mujer y con 34-35 años, tiene muchas posibilidades de ser madre y todo lo que ello puede acarrear. Así que mejor, ni la seguimos mirando”. ESO ES SEXISMO Y DISCRIMINACION. Porque entonces te das cuenta que da igual que el selector o selectora de personal utilice en sus discursos lingüísticos los desdoblamientos de vocablos si al final no TODAS tenemos las mismas oportunidades que TODOS.
Así que, colectivos feministas, lingüistas, políticos y políticas, preocúpense por estos menesteres porque a mí el uso sexista o no sexista del idioma como tal, en este momento y ante estas circunstancias, me la trae al pairo o la paira, como prefieran ustedes o ustedas.

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