jueves, 15 de diciembre de 2011

Tradición o superstición

Sniff… Una de las cosas en las que noto que estoy en paro es que este año no he tenido amigo invisible ni décimo del Gordo… Probablemente si esta Navidad la venta de décimos cae algo por el paro, no va a ser por la falta de recursos, sino por la cantidad de gente que está parada en casa y no tiene junto a su puesto a alguien que le pase un décimo por las narices. Eso para la mayoría de los ciudadanos, descontemos los “profesionales del Gordo” a los que nunca se les olvida comenzar a comprar desde septiembre, pedir números a familiares que viven en otras provincias y dejarse una pasta que precisamente no les sobra.

La verdad es que soy de los que comparten décimo cada año y no me gasto 22 euros yo solita, lo veo una inversión importante para tener tan pocas posibilidades de que me toque. Que sí, que si toca es un pedazo de premio, pero 22 plomos son 22 plomos. Prefiero optar por la fórmula de compartir décimo: si toca, algo me llevo (que me vendrá estupendamente sea la cantidad que sea), y si no me toca, pues no habré perdido gran cosa. Supongo que es por mi carácter cauteloso y poco arriesgado.

Y es que los conozco que se gastan más de cien euros en décimos, yo sería incapaz, de veras. Y luego les toca si acaso un reintegro que, por supuesto, vuelven a invertir en la del Niño, y ya es ahí cuando lo pierden todo. Alguno de los que me está leyendo pensará : “qué pesimista eres, pues tocan muchos pellizquitos de cien euros o así”. Ya, pero por las reglas de la probabilidad, le tocan cien euros a quien ha jugado al menos tres décimos, a saber, 66 euros. Vamos, que te tocan treinta.
(Y hablando de la del Niño, siempre oigo esa frase de “la del Niño es la que mejores premios tiene, donde más toca”, vale sí, pues debemos ser tontos, porque no jugamos como en la del Gordo).

A mí nunca me ha tocado ni una pequeña pedrea. Y eso que la suerte me ha pasado de cerca varias veces: estuve en la administración de Soria donde tocó hace tres años, mi marido estuvo un día antes en el bar de Santiponce que sacó premio y mi padre me cuenta que, de pequeña, le rellené una quiniela premiada de 14 pero que se le olvidó cursarla.
Pero no me voy a quejar, si es que tengo salud, amor y un próximo trabajo a encontrar, para qué me voy a quejar.

Así que lo dicho, siempre he jugado “en grupo”. Recuerdo que el año pasado en la redacción estábamos todos tiesos y ya veíamos acercarse mucho al fantasma del paro, así que hicimos unas particiones de risa. Yo tenía un quinto de un décimo, y luego adquirí un sexto de otro, porque, para variar, llegó un compañero con el décimo de su hermandad y claro, “cómo-no-voy-a-comprar-mira-que-si-les-toca-a-los-demás-me-tiro-de-los-pelos-hasta-quedarme-calva”… No lo olvidéis, en esto del Gordo no sólo entra el juego y la tradición, sino mucha pero que mucha superstición y culpabilidad, que no me vaya a castigar el azar premiando a los de al lado y a mí no por no haber querido participar… Yo acallo esa culpa adquiriendo pequeñas cantidades en décimos que mi marido califica de “ridículas”.

Pero este año aún no tengo, estoy desarraigada de la sociedad laboral y con esto del Gordo me doy cuenta de una manera pasmosa, al igual que no he tenido “cena de empresa”. De modo que si alguien quiere venderme un quinto de décimo para ayudarme a no sentirme marginada ni culpable por no participar, aquí estoy. Y que este año dicen que viene más gordo que nunca, aunque echo de menos a mi calvo, me encantaba ese anuncio, mucho más que el de Freixenet… Los duendes de las almohadas de este año no están mal, pero mi calvo en blanco y negro, paseándose por calles nevadas de una España de los años 40, o por ahí, de la época de ‘Un millón en la basura’, tenía un encanto especial. Y la música…

Quedan ya siete días ¡mucha suerte a todos! Aunque ya sabéis, se lo van a llevar los de Sort, o los de algún pueblo de la sierra de Granada o Murcia… Espero que le caiga a alguien que este año le haga mucha falta, lo cual, me temo, no va ser muy difícil…

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