sábado, 3 de diciembre de 2011

Tengo treinta y tantos

Ellas tienen treinta y tantos…y yo me encuentro entre ellas. Estrenándome (más vale tarde que nunca; disculpad el retraso, aunque no sé si alguien me esperaba) en un blog (mi más sincera enhorabuena por él, amigas) que recoge muchas de nuestras experiencias, reflexiones, codianeidades… con un tono entretenido y fresco, con los estilos y las voces de mujeres muy distintas que tiene treinta y tantos.

Yo también tengo treinta y tantos… y todavía me sorprendo diciendo mi edad cuando alguien me pregunta. Esto está pasando muy rápido, ¿no? Dicen los mayores (entre los que empezamos a encontrarnos, si no, preguntadle a un adolescente, a ver cómo nos ven…) que cuando vas cumpliendo años la sensación del tiempo se acelera y escuché a un experto en algo (disculpad mi memoria, es que la edad no perdona…) explicar que no es sólo una sensación, sino que hay algo de cierto en ello. La repetición de rutinas, de ritmos, de actividades (que a fin de cuentas, es lo que empezamos a hacer a partir de un cierto punto vital), acompañada de un casi inevitable estrés, es la responsable de ese efecto de acelerado, que, como en una timeline de montaje, parece estar afectando a toda nuestra vida desde un punto de corte, que no sé sabe muy bien dónde se encuentra. El experto en nosequé explicaba que la mayor intensidad vital se da en los primeros años, en los que continuamente estamos aprendiendo, descubriendo, experimentando…y nos dedicamos en cuerpo y alma a ello, sin demasiadas obligaciones que cumplir, ni la necesidad de ir corriendo de un sitio a otro. De ahí que el tiempo vaya o parezca ir más lento. Todos recordamos aquellos veranos larguísimos, en los que casi nos daba tiempo a aburrirnos o esos fines de semana en los que nos daba tiempo a todo…pero claro, ese todo no era tan abultado como el de ahora.

Y reflexionando sobre el paso del tiempo, me pregunto, ¿existe el futuro? ¿y el pasado? ¿O incluso el presente? Analizando conceptos literarios, de eso hace ya mucho tiempo (aunque parece que fue ayer), ese profesor que, si tenemos suerte, a todos nos marca, nos explicaba que había ciertas teorías en cuanto a los tiempos clásicos: pasado, presente y futuro. Que algunos estudiosos argumentaban que sólo existe el hoy, el momento actual, el presente. Que debemos sentirlo como único para exprimir nuestro camino al máximo. Otros aseguraban que, para los humanos, sólo existía el futuro, puesto que sin la esperanza de un mañana, nada tendría sentido, dejaríamos de respirar, de luchar, de planificar, de soñar… nuestros rasgos más inherentes. Pero mi profesor estaba convencido de que ni unos ni otros acertaban. “Sólo existe el pasado”, aseguraba. Es el único tiempo en el que hemos dejado huella, en el que hay prueba de que hemos estado, el que conforma nuestra vida, nuestra personalidad. Porque el futuro, bien sabemos que es incierto. Y el presente…ya es pasado.

Yo, a mis treinta y tantos, estoy aún elaborando mi propia teoría, porque aunque ya me llamen de usted, me digan señora cuando entro a comprar en una tienda o me duela la espalda y al levantarme parezca que me falta el bastón, sigo sintiéndome como antes. Como siempre. Es curioso esto del paso del tiempo. Por fuera todo va cambiando, notamos cómo nuestro cuerpo ya es otro, nuestras formas se deforman, nuestra piel empieza a ajarse… pero en nuestro interior, en esencia, somos iguales. Tenemos, o al menos yo tengo (no pretende convertir en categoría mis propias sensaciones) las mismas inquietudes, los mismos miedos, angustias, inseguridades… que cuando compartía pupitre y cervezas a la salida de clase con mis compañeras de blog, planificando un futuro ideal, con una vida perfecta, un trabajo satisfactorio, con un puesto bien considerado, etc. “Juventud, divino tesoro” que dijera el poeta nicaragüense.

Pero ya estamos en aquel futuro. Con muchos de aquellos sueños hechos añicos y otros cumplidos. Con una realidad que quizás no esperábamos, pero que puede habernos sorprendido gratamente.

Suscribo lo que escribió aquí mismo mi amiga Andrea. Puede ser que el mayor de los avances que hayamos hecho en este camino de treinta y tantos años sea ir distanciándonos de los extremos, dejar el blanco y el negro (aunque confieso que en mi armario sigue predominando el negro) para ir descubriendo la riqueza de los colores, de los matices, de otras vías, otras opiniones y sentires.

Quizás mi teoría sobre el tiempo sea la ecléctica. Creo que trabajo por aglutinar las tres que señalaba un poco más arriba. Es importante el pasado, sin él, sin nuestra memoria y vivencias, no seríamos ni sombra de lo que somos. Para bien y para mal. El presente, es el hoy, es la constatación de que estamos aquí, tomando una tostada, disfrutando de esta soleada mañana, riéndonos a carcajadas, degustando un buen vino…

Y el futuro…sin él, nada tiene sentido. Porque necesitamos soñar, ilusionarnos, tener nuevos retos, mayores o menores, para seguir caminando con una sonrisa en el alma.

Me encantan esas historias de entrega y superación que nos cuentan de vez en cuando en los medios: una señora de 84 años termina la carrera de Medicina, su gran objetivo. Le preguntaba el periodista: ¿y ahora qué? Supongo que esperando que le respondiera que bueno, ella no iba a poder ejercer, pero ya tenía lo que buscaba…Y la flamante e inquieta doctora respondió: “ahora, empezaré Derecho”

Quizás sea aspirar a mucho, pero me gustaría ser cómo esa señora. No a los 84, sino desde ya. No estudiaré ni derecho (no soporto las leyes) ni medicina (no puedo ver una gota de sangre sin desmayarme), pero espero ir viviendo cada día como si fuera el último, disfrutando de mis recuerdos y llenando mi futuro de nuevos retos y esperanzas, aunque a veces el camino esté lleno de piedras y baches, más piedras y más baches. Y todo ello rodeada de aquellos a los que quiero, porque sin mi familia y amigos, esto no tendría ningún sentido.

Y tengo treintaytantos.

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