martes, 6 de diciembre de 2011

Mi entrañable asesino Tom


Como en la mayoría de los ámbitos de mi vida –el coche y mis bolsos son mis asignaturas pendientes, por alguna extraña razón siempre son un caos- también para leer mantengo un orden más o menos estricto. Al punto y final de un relato sin una temática determinada sigue una novela negra y, a ésta, una histórica, para después volver a empezar la secuencia. Respecto al segundo de los géneros literarios definidos en mi ritual, siempre me ha interesado la psicología criminal y entre la amplia variedad de historias y personajes que brinda la novela de misterio me quedo con Patricia Highsmith y su gran Mr. Ripley. Supongo que porque hace que me atrapen sensaciones que me llevan a la autocontradicción.

Tom es un asesino, sin escrúpulos, frío, calculador y, sin embargo, despierta en mí una gran simpatía, le regalaría una coartada sin dudarlo, le eximiría de todos sus cargos si fuera una juez. Sonrío mientras leo, me parece un personaje adorable, con clase, con luz propia y que, cuando mata, me sorprende pensando que “tampoco priva al mundo de nada importante, más bien le libra de un ser detestable”.  Yo, que no me veo capaz de dejar a un lado los valores que considero universales -la honestidad, la coherencia, la lealtad, la justicia, la valentía, la verdad, la empatía, el amor y tantos otros-, disfruto cuando el amoral Mr. Ripley termina cada una de sus historias, tranquilo, en su mansión, sin temores, sin remordimientos y sin ser ´pescado´ por la policía. Tom Ripley está, en mi interpretación más profunda, en el otro extremo de Rhys Meyers en la película Match Point. Como Agatha Christie en Asesinato en el Orient Express, confieso que el mejor personaje de Higsmith, me lleva a justificar lo injustificable. El protagonista de la obra de Woody Allen, por el contrario, me transporta a la total frustración al comprobar que triunfa, o eso cree, aquel que ha actuado aplicando todos los, para mí, anti-valores, gracias a un simple golpe de suerte.

Cuando me toca novela histórica hubo una época en la que el Holocausto centraba toda mi curiosidad. Supongo que, mientras en el ejemplo de la temática anterior me fascinaba llegar a justificar lo, objetivamente desde mi ser, injustificable, en esta maldita etapa trataba de comprender lo incomprensible. Y entre libros de consulta, de la facultad de Políticas, novela histórica y algún que otro ensayo, iba tratando de encontrar una explicación, algo que me sacara del desconcierto, de la desazón que me provocaba el tema. Por supuesto nunca encontré nada. Para mí y, supongo que para la humanidad, sigue siendo completamente incomprensible e inasumible. Mi alejamiento total del tema vino a partir de las páginas de una obra, cuyo título ni siquiera recuerdo, que contaba una escena real que hizo que me estrellara contra la crueldad en su máxima expresión, por una parte, y el terror infinito, por otra. Campo de concentración. El mando nazi ordena que todos los judíos estén en fila, quietos y en silencio. Amanece. Una de las mujeres está embarazada. Da a luz en la fila. Callada. Sin moverse. Casi sin abrir las piernas. Sólo las lágrimas de la madre y la caída al suelo del bebé rompen el estático cuadro. Sólo el llanto del niño y el disparo del ario en su pequeña cabeza rompen el silencio. Nunca más he podido volver a leer nada sobre el exterminio judío.

La verdad es que no sé muy bien cómo he hilado este post y qué sentido quería darle. Tal vez, ahora, al terminar, me he dado cuenta de que mi planteamiento ha surgido en contraposición o, mejor, como complemento, de la afirmación de que con la edad vamos comprobando que no todo es blanco ni negro, que hay una gran variedad en la escala de grises, -como dicen mis compañeras de blog- que la realidad es muy diferente cuando la observas desde diversas perspectivas o cuando conoces una parte o el todo de una determinada historia. Estoy totalmente de acuerdo con ese planteamiento. Pero también hay otras circunstancias, situaciones, disyuntivas, actuaciones en las que, de acuerdo con valores que, en mi opinión, deben ser inalterables, y, en contraposición a otros que agujerean la ética desde cualquier prisma, sólo se puede optar por el blanco o el negro. 

Swift.

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