lunes, 12 de diciembre de 2011

Bendita inocencia


La Navidad, como quien dice, está a la vuelta de la esquina. Unas fechas para mí muy entrañables. Mágicas. Me gusta mucho la Navidad la verdad, pese a que me es últimamente muy frecuente escuchar o leer frases degradantes sobre la misma. Hay muchos que se plantean por qué se tiene que ser más bueno en Navidad, por qué nos acordamos en estas fechas de la paz y el amor o simplemente por qué se tiene que gastar tanto y comer como si nos fuera la vida.

No digo yo que los que piensen así no tengan sus razones, pero siempre me cuestiono lo mismo. Vivimos en una sociedad en la que nos hemos individualizado. Cada uno va a lo suyo. Es fácil que pase el año y no nos acordemos de nuestros vecinos o conocidos, de aquel primo lejano del que apenas sabemos cómo le va la vida y es en Navidad cuando nos lo encontramos y nos enteramos que se casó y está esperando su primer hijo o que montó un negocio y le va viento en popa -algo complicado en estos tiempos-. Es cierto. Parece que en Navidad todos tenemos que ser felices casi que por decreto ley. Nada más lejos de la realidad. Pero también es cierto que, al menos, una semana al año, todos intentamos ser más amables. En el fondo, a todos nos embarga un espíritu más amoroso. A todos, incluso a los bancos, que se pasan el resto del año haciéndote la "Pascua" y por Navidad te manda un tarjetón felicitándote las fiestas. ¡Qué ironía!

Para mí las fiestas navideñas son las más bonitas. A lo mejor porque tengo una razón de cinco años que me empuja a ello. No lo sé. Pero me encantan. Cuando llegaban estas fechas mi abuela materna siempre decía que la Navidad es para las parejas jóvenes con sus niños y que con el paso del tiempo se convierten casi en una carga. Son tristes y sensibles. Hay ausencias irremplazables que te hacen llorar. Mi abuela tenía razón, seguramente. Es normal que te sientas así. Pero también existen esos bonitos recuerdos junto a los ausentes que no deben olvidarse jamás. ¿Por qué? Esos momentos ya no volverán, es verdad, pero dan paso a otros emotivos. Y la nostalgia de los ya vividos a mi, personalmente, me producen una sensación de felicidad que me saltan las lágrimas.
Esta clarísimo que las Navidades de ahora casi nada tienen que ver con las que se vivían hace años. Pero la esencia, pese a que nos empeñemos en lo contrario, es la misma. Y de todos los sentimientos que me embelesan la inocencia de los niños se lleva la palma. Bendita inocencia. Cuando eres niño, estas fiestas son mágicas. Todo es posible. Y cuando eres padre o simplemente adulto, descubres qué fácil es "engañarlos" y mantenerlos en su condición de inocentes.

Y digo ésto porque como ya os he comentado anteriormente vivo en Cataluña y me gustan mucho las tradiciones. Aquí hay una que se celebra el 24 de Diciembre por la noche. Es la fiesta del Caga Tió. El Tió es un tronco de madera que se busca en el bosque durante el Adviento. Tiene frío y hambre y la misión de los niños cuando lo encuentran es darle de comer hasta la nochebuena cuando a golpes de bastón y al son de una canción popular el tronquito "caga" regalitos bajo una manta. Por cierto, familia y amigos catalanes, siempre he pensado por qué las navidades de la tierra son tan escatológicas, entre el Tió que caga y el caganer (pastorcito en posición de defecar). Es curioso ;)
A lo que iba, mi hijo ya tiene en casa su Tió pero antes de encontrarlo estuvimos en un Carrefour que estaba repleto de Tiós para vender. Mi hijo, ni corto ni perezoso, dedujo que esos troncos estaban ahí porque "el señor de Carrefour los había encontrado y los había traído para venderlos a los niños que no pudieran ir al bosque"... Ja, ja... ¡Qué inocente! y ¡qué catalán! ya ha decidido él sacar rendimiento de algo encontrado en el bosque. Bromas típicas aparte.

Repito, bendita inocencia porque ve salir los carros llenos de juguetes de los centros comerciales y cree qué es para pasarle un código y los Reyes Magos sepan cuáles son los regalos que han de llevar a cada niño. Lo malo fue cuando quiso cargar el carrito de juguetes para pasar los suyos. Ardua tarea la de su padre para convencerlo de que vendríamos a hacerlo otro día porque los niños no pueden estar presente. Ahora se porta bien porque cree que los están mirando por una ventanita en el cielo. No lo entiende muy bien, pero de momento, cualquier respuesta absurda de sus padres, le vale para mantener su magia.

Yo tengo grandes recuerdos de mi infancia junto a mis hermanos de estas fechas.Y quiero que mi hijo también los tenga. Por eso, me gusta la Navidad y me gusta disfrutar de ese sentimiento de paz que a todos no entra en estas fiestas. Porque lo que está claro es que hay algo que no se puede comprar ni en Navidad ni en ninguna otra época del año. Y eso es la felicidad y la inocencia. Y yo no estoy dispuesta a renunciar a ellas en estos días porque el resto del año estoy demasiado ocupada con mis problemas. Y ¿tú?
Un besazo y aunque quedan unos días yo os deseo un topicazo a todos pero de corazón: UNAS NAVIDADES lo más felices posible.

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