miércoles, 2 de mayo de 2012

No es el fin del mundo

Como me gustan tanto los proverbios, sentencias y frases célebres llevo algunos días buscando en el Google una que hablaba sobre el inconveniente de nacer en momentos históricos interesantes. Mi búsqueda, por desgracia, no ha tenido éxito. En lugar de la máxima rastreada, la red me ha enredado en un sinfín de teorías conspiratorias sobre el momento histórico actual, la decadencia de nuestra forma de vida, el cambio de era y, cómo no, la consabida profecía maya sobre el fin del mundo. Dicho evento tendrá lugar, según cálculos de los precolombinos, el próximo 21 de diciembre.

 Algunas interpretaciones del fenómeno afirman, agárrate, que el sol se va a colocar en el “centro de la galaxia”, donde recibirá una gran onda energética que lo “activará”, produciendo grandes radiaciones, así como terremotos, cambios climáticos, la inversión de los polos (¿?)… una ruina, vamos. Pero otros dicen que lo que de verdad ocurrirá es que el ser humano “conectará con una conciencia superior” y comprenderemos que “todo el universo es uno y que cada ser vivo forma parte de esa única entidad”… el acabóse ya. Total, que pase lo que pase, si hacemos caso a los mayas, para el 21 de diciembre la cosa se pone negra.

La meditación sobre esto que viviremos en unos meses ha despertado en mí varias dudas razonables. A saber: si un terremoto abre una grieta en el techo de mi piso, ¿me perdonan la hipoteca?; si una llamarada solar me alcanza y me quema media cabeza, ¿tendré cobertura sanitaria para reimplantarme el pelo?; si conecto con una conciencia superior y me uno a ella, la declaración de la renta 2012, ¿la hacemos conjuntamente la conciencia superior y yo o sigo siendo considerada persona física a efectos tributarios?; si se invierten los polos (¿?), ¿me volverán a subir la factura de la luz?…

Total, que llevo varios días dándole vueltas a lo que se nos viene encima y he llegado a una conclusión clara al respecto: si de verdad se tiene que acabar el mundo, pues mira, que se acabe ya y punto. Pero que no me lo vayan acabando poquito a poco, oye, que eso jode tela: que si ahora te bajo el sueldo, luego te siso una mijilla por otro lao, ya “ve soltando un poquillo más por las medicinas, so agarrá”, el año que viene me pagas por ir por la autovía... y después ya veremos qué otras cosillas se me ocurren pa fastidiarte la existencia. Esto todo es muy aburrido y además hace feo. Con lo vistoso que quedaría eso de la fusión cósmica universal, el sol venga a soltar llamaradas, los pingüinos en Chipiona, los polos como “la chiva el vizco” y una bonita explosión final. ¡Hala! Y todo el mundo: “a cantar (o lo que sea), a cantar (o lo que sea), que el mundo se va a acabar”. Que sí, que sí, que al final todos muertos pero ¡y lo que nos íbamos a divertir haciéndoles cortes de mangas a la Merkel, al presidente del Santander, a los del Standards & Poor’s, a tós los ladrones que se han llevao el dinerito de tós nosotros a la chita callando! Pues no, señor, hasta el Apocalipsis nos lo van a estropear esta panda de mangantes.

Así que he tomado una determinación: me declaro insumisa del fin del mundo. Vamos, que, por lo que a mí respecta, conmigo que no cuenten para que esto llegue al final. Así por lo menos no.

A partir de ahora no cederé al Apocalipsis: arrimaré el hombro todo lo que pueda para que esto no siga así, protestaré y actuaré donde tenga que hacerlo, dejaré de leer noticias agoreras, pondré mi granito de arena todos los días con el convencimiento de que pequeñas acciones consiguen grandes cambios, apuntaré los nombres y apellidos de los que nos estafaron y engañaron... Y porque aún sigo de pie intentaré levantar a los que ya han caído.

Y es que, señoras y señores, va a ser que no, que por mucho que nos lo intenten hacer creer, ni mucho menos, para nada, ni por asomo, esto, amigos, esto NO ES EL FIN DEL MUNDO. 

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