Hoy quiero hablaros
de la grandeza de lo pequeño, de lo
aparentemente insignificante. No os preocupéis, no quiero convertir esto en un
tedioso manual de autoayuda en búsqueda de la felicidad, estilo Jorge Bucay o
Paulo Coelo… me aburren y además pienso que no dan resultado. Para comprender
que la felicidad no está en un BMW o en ser un gran directivo no sirve de nada
leer un libro. Tienes que vivir experiencias y comparar. Y escucharte. Y
sentir. Así, sólo de esa forma, te darás cuenta de qué tiene sentido y qué no en tu vida.
Me atrevería a
decir que es a los treintaytantos
cuando descifras la mayor parte del jeroglífico
de la vida. A estas alturas, ya te conoces bien. Ya tu corazón se ha roto
más de una vez, has vivido opulencias en restaurantes de cinco tenedores y has
tenido que comer espaguetis una semana seguida, has comprendido el significado
de ayudar a alguien y que te ayuden, puede que hayas tenido hijos y te has
visto reflejado en tus padres. A esta edad, tienes con qué comparar y has
alcanzado el sosiego que no tenías a los veintitantos, cuando querías vivir
deprisa y cuando el ‘yo’ era lo más importante.
Ahora, he
comprendido algo fundamental: que la
felicidad es un estado, pero que también son momentos. Que no llega sola, hay que
buscarla, porque la suerte es escurridiza y no se puede confiar en ella. Y que
es, mayormente, compartida. Os voy a contar cuándo soy más feliz. Cuando me
levanto por la mañana –normalmente cuando el sol aún no ha salido del todo- y
mi hija me abraza. Ese olor es el olor más maravilloso nunca cautivado. Cuando
el día está acabando y ya no tengo otra cosa que hacer que sentarme en el sofá
con mi marido, con quien comparto alguna complicidad y una(s) copa(s) de vino. Cuando
mi madre se sienta en el patio junto a mí y me pregunta por mi trabajo, y la
siento orgullosa. También cuando me libero una hora para ir a correr y el
viento libre acaricia mi cara, o cuando inesperadamente ponen en la radio
aquella canción que me recuerda a tantas cosas bonitas. Soy feliz también
cuando me doy cuenta de que aún quepo en aquel vestido de hace ocho temporadas,
y cuando Tomás, mi hijo, me sorprende con una palabra nueva. Cuando cada dos
meses me siento a la misma mesa que Andrea y Ana, porque con ellas me siento en
paz y aunque no nos digamos nada, nos lo decimos todo. Feliz cuando una fresa
huele a fresa, cuando leo algo con lo que me identifico, cuando encuentro el
pasado en un cajón. Cuando caigo en la cuenta por un detalle que pasaría desapercibido de que, verdaderamente, me
quieren.
Allí, en lo pequeño, está todo.
La
felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que
pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días.
Benjamin Franklin (1706-1790) Estadista y
científico estadounidense.
La
dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar
y alguna cosa que esperar.
Thomas Chalmers (1780-1847) Ministro
presbiteriano, teólogo, escritor escocés.
Felicidad
no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace.
Jean Paul Sartre (1905-1980) Filósofo y escritor
francés.
Algún
día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a
ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas.
Pablo Neruda (1904-1973) Poeta chileno.
La
felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos,
sino de lo que somos.
Henry Van Dyke (1852-1933) Escritor
estadounidense.
No hay comentarios:
Publicar un comentario