Ella no es una mujer cualquiera.
No le gusta que le regalen flores. No hay que cortarlas, dice. Las
prefiere en maceta. Es una metáfora de que sólo busca personas y
experiencias auténticas. No le des sucedáneos de nada, los rechaza.
Quizás sea a la única persona del mundo a la que nunca he escuchado
una mentira, y mucho menos se mentiría a sí misma. La honestidad la
lleva por bandera. Y la lealtad. Ella nunca me traicionaría. A nadie
a quien quiera.
Cuánto he reído con ella.
Cuánto vino hemos tomado juntas –y lo que queda por venir- y
cuántas veces he visto en su mirada cuánto me quería. Ella no es
de las que habla, es de las que actúa. Le gusta encontrar la
felicidad en las pequeñas cosas, que llena de significado. Cuando me
mira a los ojos reconozco en ellos que me conoce, que me comprende.
En sus ojos me siento en casa.
Ella ha pasado por todo tipo de
calamidades. Su madre enfermó, su vida sentimental le daba un golpe
tras otro. “Otra raya más para un tigre”, dice siempre ella,
mientras yo pienso que los hombres deben estar locos si no se dan
cuenta de que es un diamante en bruto. La despidieron de su empleo,
tras doce años de un trabajo admirable. Nadie lo hubiese hecho mejor
que ella. A veces, hasta la he envidiado por ello.
Pese a todo, y como el ave fénix que
siempre renace de las cenizas, en los últimos meses tenía una luz
especial en la mirada. Brotes de vida. Magníficos planes de futuro.
Estaba convencida de que afrontaba lo más mágico y trascendental
que le ocurriría nunca. Ilusión. Decisión. Fortaleza. Ternura.
Un corazón preparándose para todo lo que iba a arrojar fuera. Lo
mejor de ella.
Pero... de repente ...la vida… de
nuevo… otro golpe. Quizás el más duro recibido hasta
ahora.
Pero ella, como digo, no es una
mujer cualquiera. Ella se forma, se deforma y se reforma. Ella es
la más fuerte. Mucho ánimo, mi amiga, la de los ojos de almendra y
el corazón de caramelo. Saldrás de esta, como has salido de todas,
más fuerte, más linda, más auténtica... más tú.
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