viernes, 17 de febrero de 2012

Sala de espera


A las cinco de la tarde pueden pasar muchas cosas. Hay gente tomando café, gente aprendiendo a bailar, gente haciendo el amor y gente que acaba de morir. Puede que haya gente que acaba de desenamorarse, otros que están aprendiendo a montar en bici, otros que acaban de ser mentidos. A las cinco de la tarde, hay mucha gente haciendo muchas cosas distintas. Hoy voy a hablar de algunas personas que todos los días, a esa hora, se dan cita en el mismo lugar. Son padres y niños que tienen algo en común: una larga espera.

Estrella tiene cuatro años y desde hace seis meses está aprendiendo a vivir una mala pasada que le ha jugado la genética: tiene una enfermedad rara ocasionada por la masa blanca del cerebro. Sólo hay diagnosticados dos casos en España. Antes caminaba, era una niña normal, ahora está en una silla de ruedas. Javi tiene siete años y siempre habla de su amigo Cristian. Su gran amigo. Lo que más le gusta del mundo es el musical de El rey León. Sus padres fueron a Madrid para que lo viese. Javi siempre sonríe, tiene un corazón alegre. Aunque no pueda caminar y a duras penas mantenerse erguido. Gema tiene una hermana gemela, que casi siempre la acompaña. Son iguales, pero son distintas. Gema sabe que ella tendrá que luchar y esforzarse más para conseguir lo que desea. Irene es muy especial. A veces llora, no llega a acostumbrarse a llevar escayolas en los pies y a que le manoseen las piernecitas cada día. A Camino la adoptaron sus padres de Ecuador. Estaba en un orfanato y su enfermedad hacía que su futuro fuera incierto. Suerte que ellos la rescataron de la torre de marfil… y tristeza. Noe casi siempre llega dormida… su madre lucha por que en el colegio tenga la atención que merece. El destino se cebó dos veces con ella: además de su problema motor, Noe es ciega. Y Tomás siempre llega con su bolsita de merienda, sonriente, a veces hastiado, pero convencido de que tiene que ir cada tarde a “la gimnasia”.

En esa sala de espera, mientras ellos luchan contra sus músculos agarrotados y su inercia a caer al suelo, los padres se sinceran, confiesan sus miedos, ahogan su tristeza. A veces hay lágrimas, pero siempre hay lucha. Esa sala de espera es la metáfora de sus vidas: viven soñando que algún día sus hijos tengan una vida feliz, plena. En una admirable lección de valentía. Mientras llega, los verás allí, cada tarde, a las cinco en punto.

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