lunes, 27 de febrero de 2012

Mundo de luciérnagas

Hace unos años, una de mis niñas, Carlota, me preguntó que dónde estaba mi perro, Dago. Acababa de morir. Yo le dije que nadie lo sabía, que ningún ser vivo había vuelto de la muerte para contárselo a los demás, pero que había diferentes creencias respecto a qué hay después de la vida. “Algunos pensarán que está en el cielo, otros que se ha transformado en otro animalito, hay personas que creen que se ha ido al país de los perros… Tienes la suerte de poder elegir en qué creer”, le dije. Se quedó pensando unos minutos y sentenció: “Está en el país de los perros, allí estará mucho más contento”.

No le mentí, claro, pero tampoco le dije toda la verdad. No creo que tengamos la suerte de poder elegir. La fe no se elige. Se tiene o no se tiene. Me encantaría pensar que después del tránsito vital hay un cielo esperándome y no palazos de arena sobre mi cuerpo inerte. Lo mismo que antes de nacer. Nada. Sin embargo, esa noche mi duermevela estuvo acompañado de un extraño pensamiento sobre el país de las luciérnagas, por eso del país de los perros, imagino. Y porque a la pregunta de “¿Tú crees en Dios, mamá?”, respondí: “Yo no, mi vida, pero sí en las personas”.

Me sumergí en el sueño pensando que hay dos tipos de personas: las luciérnagas y las moscas. Las primeras tienen una luz inherente que, aunque apagadas por dentro en ciertas circunstancias, brillan ante los demás. Esa luz las hace reconocibles para los de su especie y se alimenta de la energía producida por los valores que considero fundamentales en el ser humano y de uno de ellos especialmente: la empatía. Las moscas, son oscuras, no refulgen, no aportan nada y, si lo hacen, nada bueno al resto. Las activas, molestan o te joden la vida; las pasivas, son un cero a la izquierda.

Cada día soy más consciente del excesivo número de moscas que hay en la vida, demasiadas… Pero, tanto en las peores circunstancias como en las mejores, me siento una privilegiada por estar rodeada de luciérnagas que me hacen sentir cómoda, arropada y mucho más feliz que desgraciada en este mundo, en el de los vivos, ya que no espero nada del otro. Aunque, ojalá tenga razón una de las luciérnagas reina de mi vida y esté completamente equivocada.

(Para Eva, y un regalo para vuestros oídos y los suyos: Zorro veloz, de El Último de la Fila, "...aquellas sensaciones son recuerdos de anteriores vidas...").

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