Soy una mujer llena de contradicciones en las pequeñas cosas. Comienzo el día desayunando fruta
porque quiero cuidarme, lo acabo con un plato de macarrones gratinados. Odio la
superficialidad, pero leo revistas como Voque, Elle o Cosmopolitan. Me gusta la
música relativamente tranquila, pero escucho Rock FM en el coche. Y me encanta
la lluvia, pero detesto mojarme.
No me preocupa en exceso, porque sé que casi todo el mundo
es así y hoy en día la coherencia es una valor en peligro de extinción. Cuando
sí me preocupa es cuando cruzo la línea de la contradicción peligrosa: no ser
coherente en las grandes cosas. Y hay
una, la gran contradicción de mi vida, que está ahí y me persigue adonde
me dirija: soy periodista, experta en comunicación, con un máster y varios
cursos, incluso he ganado algún premio literario… y no sé comunicarme en mi
vida personal. Puedo escribir una nota de prensa de lo más estrambótico, un discurso al líder más tirano, un
guión televisivo sobre neurociencia, un slogan publicitario a una marca de tabaco, si me pongo. Pero pregúntame cómo me
siento… que de repente las letras del abecedario se amotinan, la gramática tirita, la semántica huye
despavorida y la comunicación no verbal se rebela.
Lo reconozco, me cuesta
mucho transmitir lo que pienso y siento con claridad. La cuestión es que no me
considero tímida ni introvertida, ni mucho menos, aunque mis amigas me echen en
cara –y con razón- que nunca acudo a su ayuda cuando algo me inquieta o me
preocupa. Más que hermética, soy torpe a la hora de expresarme. Hasta tal punto
que me he encontrado en más de una situación difícil por malos entendidos (yo
los llamaría mejor malos explicados).
Cuántas cosas no dije, cuántas dije sin sentirlas por despecho, cuántas debí
decir y no lo hice. Y cuántas dije y no debí decir…. Y, lo más sorprendente de
esto es que nunca sabré las consecuencias de estas torpezas… incluso puede que
mi vida hubiese sido otra…
A veces recurro a escribir cosas, porque tengo más atino,
como ahora, y darle a mi interlocutor el texto escrito. En otras ocasiones,
cuando tengo que decir algo importante, me escribo un guión antes y lo
memorizo. Ya veis… a veces mostrarme
a los demás para mí es como hacer un cubo de Rubik con los ojos
cerrados.
¿Qué me ha salvado de esta encrucijada en ocasiones? Pues
que, al mirarme, creo soy absolutamente transparente, sin añadiduras ni vestiduras.
Si sabes leerlo, comprendes qué siento y qué quiero decir…. aunque mi boca y
mis gestos digan lo contrario.
He leído en algún sitio que las contradicciones de la vida
sirven para romper el orgullo mental. Para darnos cuenta de lo vulnerables que
somos. Para no engañarnos con lo que imaginamos que somos, que tenemos, que hacemos,
que queremos. Y ésta que os he presentado, señoras y señores, es la mía, mi gran contradicción.
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