lunes, 13 de febrero de 2012

La autenticidad tiene nombre de madre

No me gustan los mensajes en cadena. En pocas ocasiones me sumo a ellos, debe de tocarme mucho la vena sensible pero ayer me llegó uno que me hizo pensar un buen rato. Me lo envió una amiga por Whatsapp y hablaba sobre la figura de las madres. Eva, lo siento, me encantó pero no se lo reenvié a nadie. Simplemente lo leí, que ya es un avance porque a veces ni los leo.

Me fui de casa con casi 18 años a Sevilla para estudiar. Nada, unos 120 kilómetros de casa. Pero con esa edad, ya se sabe. Me iba a comer el mundo. Pasaban las semanas y casi no iba a San Fernando. Cuando con 25 volví a Cádiz para trabajar se me hizo cuesta arriba. Vivir durante 7 años sola y de repente regresar al lecho materno era lo más parecido a recibir un jarro de agua fría. Pero he de reconocer que me acostumbré rápido. Tampoco era tan malo re-vivir con papá y mamá.

Ya a los 27 decidí emprender una nueva vida con mi pareja, el que ahora es mi marido y padre de mi hijo. Estaba ilusionada, sólo un pequeño detalle me asustaba: Vivir en Barcelona, a un cero más de distancia de cuando vivía en Sevilla. Soy una persona con facilidad para adaptarme a las circunstancias y a las personas pero nunca pensé que ya a los treintaytantos iba a echar tanto de menos a los míos. A mi madre, especialmente. 
 (Aprovecho para agradecer a las compañías telefónicas el gran invento de las tarifas ADSL que me permite hablar con ella horas y horas por el mismo precio).

Ahora daría lo que no tengo por estar siquiera a 120 kilómetros de mi madre. Compartir con ella un café, que a los 18 me parecía casi una aberración. Charlar sobre la vida. Ver cómo deja que mi hijo salte en el sofá y cuando le regaño me desautorice inconscientemente diciéndome que son cosas de niño. Es entonces cuando pienso ¿y por qué no pensabas eso mismo cuando lo hacía yo con cinco años? O incluso discutir con ella porque no le parece bien cómo he puesto la lavadora. Ahora la echo mucho más de menos que nunca.

Cuando ayer leía el mensaje en cadena del que os hablé al introducir este tema, pensé en ella y se me saltaron las lágrimas porque ha hecho, hace y hará por mí todo lo que esté en sus manos y yo me siento en deuda con ella. Llegué a la conclusión de que los hijos somos desagradecidos. Nunca devolveremos a nuestros padres todo lo que han sacrificado por nosotros. Y eso, en ese momento me angustió. Entonces miré a mi hijo que estaba con fiebre. Lo besé y encontré la solución a mi preocupación. Quizás, la mejor forma de poder agradecer a mis padres sus esfuerzos sea sacrificándome por mi propio hijo. Hacer por él lo mismo que ellos han hecho por mí.

Hoy a lo mejor os parezco un poco ñoña, pero me he levantado nostálgica y con un poco de mamitis (no sólo los niños van a tener derecho a ello, ¿no?). Os deseo un feliz lunes. Y me gustaría pediros un favor. No os acostéis hoy sin decir a vuestra madre cuánto la queréis. Si la tenéis cerca, visitadla. Si la tenéis lejos, telefoneadla. Y si por desgraciadas circunstancias de la vida no podéis contactar con ella, decídselo con el corazón porque una madre es de las POCAS COSAS AUTENTICAS QUE TENEMOS EN LA VIDA.
 
PD: Papá, no te pongas celoso que también te dedicaré a ti otro post porque evidentemente también te lo mereces.

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