Hace un par de días
tuve un encuentro bastante desagradable con una persona del trabajo. Sin motivo
aparente y sin educación tampoco aparente por su parte, me gritó y me insultó. No me dejó
hablar. Y me dijo que no le gustaba cómo soy. Esa persona no me conoce en
absoluto, habré cruzado veinte palabras con ella en los últimos cuatro años.
Pero me dolió y, cuarenta y ocho horas después, todavía me duele. El desconocer
la raíz de un problema me preocupa (¿se puede saber qué le he hecho yo a esta
persona?) pero lo que más me preocupa con creces es darme cuenta de que soy tan vulnerable. Vamos a ver, si
llevo dos días agobiada por este asunto, provocado por una persona delirante
que no me importa lo más mínimo, por un asunto que no tiene sentido… ¿cuánto
sufriré cuando cambien estas coordenadas? ¿cuándo afecte a alguien a quien
quiero, cuando sea algo irremediable, cuando la causa del sufrimiento hubiese
podido evitarla y no lo hiciese?
Este episodio ha
hecho que me enfade conmigo misma por mi vulnerabilidad. En la sociedad hipercompetitiva y aislacionista
en la que vivimos, tendemos a luchar contra nuestra vulnerabilidad y nuestra
rista de debilidades. Creemos que mostrarnos a los demás es darles una
oportunidad para que te hagan más daño… en el amor, en el trabajo y en
cualquier faceta de la vida. Mirad lo que le pasó a Aquiles, el mítico héroe,
que se sumergió en la laguna para alcanzar la inmortalidad y dejó el talón sin
sumergir… dejándole vulnerable. Parece que no nos podemos permitir el lujo de
ser vulnerables, tiene un coste psicológico demasiado alto…
Pues
hoy en este post quiero hacer una pequeña cruzada contra esta tendencia a la coraza y a la negación del sentimiento. Hace
días encontré un ted talk en Internet
de una investigadora en ciencias sociales, la Dra. Brown, que habla
precisamente de esto. Os recomiendo que lo veáis. Brené Brown da algunas pistas
interesantes en este sentido. Asegura, por ejemplo, que “si adormeces o evitas
determinadas emociones, tiendes a adormecer todas las emociones”. Es decir, que
si das la espalda a la tristeza y a la ira, es probable que tu capacidad de sentir alegría o gratitud
también quede muy mermada.
De
hecho, si no somos vulnerables a lo que nos afecta u ocurre, ¿cómo podemos conectar
con el resto de las personas? ¿formar parte del mundo? ¿sentir empatía con la
sonrisa de un niño o dolor con el sufrimiento ajeno? En
esta interesante charla, la Dra. Brown habla del sentimiento de pertenencia de las personas.
No sé vosotros, pero yo quiero formar parte de la alegría de una amiga que se
saca unas oposiciones. O de la frustración de otra que ha interrumpido un
sueño. Quiero llorar, reir y estremecerme con todo aquello que me rodea. Hace años, un chico me dio las gracias por dejarle, porque, según él le provoqué tal sentimiento de ira y dolor que le hizo sentir tremendamente vivo. Me pareció algo contradictorio... y con el tiempo lo entendí.
Una
vez leí una frase –no recuerdo dónde ni de quién- que me impactó:
“No le enseñé a abrazar y ahora, cuando
quiero que me abrace, no sabe hacerlo”. Aquí y ahora lo confirmo: estoy hecha de cristal, no de silestone ni grafeno.
Soy vulnerable. Bien. Estoy viva.
Nena, primero de todo decirte que un imbécil no te mine la moral, NUNCA!
ResponderEliminarY segundo, que a mí me encanta sentirme vulnerable (a veces, no siempre) no sé si es por mi carácter pero la gente se cree que soy una chica superdura, y hasta a las geniosas como a mí nos gusta que nos salven, de vez en cuando. Muaks!