Seguro que todos, al leer el título de mi post de
hoy, habéis pensado en el amor de pareja, ése -estoy convencida aunque me
equivoque- que no se puede compartir. Se pueden compatibilizar, en el tiempo,
besos, cuerpos, caricias, de personas diferentes, pero ese tipo de amor no se clona, no
lo creo. No, no me refiero a ese amor. Me refiero a ese otro que sentimos por
nuestros padres y hacia nuestros hijos. Todo suena a evidente, ¿verdad? Apuesto
a que estáis pensando, “Vale, ¿y qué? Hoy no estabas inspirada y nos vas a
aburrir con la vena maternal…”
Eso que nos parece incuestionable empieza a
tambalearse cuando hablamos de la palabra maldita para todos los que
construimos un proyecto de vida en común: divorcio. Aunque llegados a ese
abismo se dejen de compartir muchísimas cosas, ese amor por los hijos, con
todas sus características inherentes, sigue intacto, sin una sola grieta, en
cada uno de los miembros de la pareja rota. Más sólido que nunca si cabe y, por
tanto, más doloroso que la más cruel de las torturas si cualquiera de los dos imagina que
puede dejar de vivir los miles de maravillosos momentos que compartimos con
‘esos locos bajitos’.
Purificación Pujol, autora de Un divorcio elegante o como desenamorarse con estilo, sentencia que
“No hay que buscar una buena pareja, sino
un buen ex”. Una romántica como yo jamás compartirá esa afirmación pero ha
tenido la suerte de edificar una familia con un ‘excelente ex’. Para seguir
viviendo de forma coherente y continuar
‘habitándome’, me sumé hace ya muchos meses a esa estadística que refleja que
dos de cada tres matrimonios se divorcian en España y que, en Europa, dos
personas se separan cada 31 segundos. A pesar de no haber logrado o contribuido
a que mi proyecto vital haya funcionado en su faceta más importante –para mí-
sigo sin hacer mía esa afirmación, aunque la disfruto. Compartiendo amor… y
custodia.
Tengo el mejor ex y el mejor padre que puedo imaginar para mis hijas y estoy segura
de que se trata de un sentimiento mutuo. Antes, unidos, como pareja, y ahora,
juntos, como padres, nos hemos quedado a un punto de ese diez que todos
queremos alcanzar. Creo que no hemos dejado de hacer nada necesario,
absolutamente nada; que hemos sufrido todo lo necesario, absolutamente todo,
para que el nuevo escenario de nuestras hijas roce la matrícula de honor en
felicidad infantil, ya que no fuimos capaces de alcanzar para ellas, de la
mano, el diez. Y todo gracias a eso, a ser conscientes de que el único amor que
puede ser compartido, a partes iguales, con la misma intensidad, en toda la
complejidad de este adjetivo, es el que sienten un padre y una madre por sus
hijos y viceversa.
La pasada semana el Gobierno anunciaba que
impulsará una ley única y nacional para facilitar la custodia compartida. Que esa
solución, o la más parecida a ella, sea la mejor ante una separación no depende
de abogados, jueces, psicólogos ni políticos, sino -además de las
circunstancias personales, laborales y económicas- de una pareja fracturada cuyos
integrantes no olviden que son, antes que individuos separados por el desamor, padres, y que, por eso,
deben luchar cada día por ser, en esa faceta, los mejores “en la prosperidad y en la
adversidad, en la salud y en la enfermedad” y amar y respetar a sus hijos,
sabiendo que el otro lo hace de la misma forma, “todos los días de su vida”.
http://www.youtube.com/watch?v=eet16FHTNsY&feature=fvwrel
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