Últimamente me asaltan demasiados mensajes, desde
diferentes frentes, sobre lo importante que es la actitud positiva ante
cualquier situación que se nos plantee en la vida para lograr ser más felices.
Supongo que dicha afirmación, analizada en profundidad y teniendo en cuenta
todos sus matices, con su correspondiente teoría y argumentación, tendrá una
base psicológica importante y absolutamente recomendable para todos. Aunque,
quizás, en muchos casos, nos puede hacer caer en la simplificación y, me
atrevería a decir, que a precipitarnos, rodando, por la ladera del conformismo
y la resignación.
No me considero una persona pesimista, aunque
tampoco afirmaría, honestamente, que suelo ver, a bote pronto y de forma diáfana,
el lado positivo de lo que me pasa. Y no creo que sea cuestión de autoconfianza
o autoestima, características que no echo de menos en mi forma de ser, sino más
bien de la autoexigencia constante para lograr los objetivos que considero,
basándome en el autoconocimiento, deben ser inherentes a mi ‘estado feliz’. La
frustración es la que estira la pierna, cuando se me presenta un obstáculo, suponiendo
una zancadilla certera a ambos rasgos que, una vez incorporada de nuevo,
resurgen.
Quizás sean mi impaciencia y la necesidad de
divisar una posibilidad de victoria objetiva y clara ante cualquier reto, las
que contribuyen a que “el velo transparente del desasosiego” se instale “entre
el mundo y mis ojos” (sí, no es mío, es de Drexler) en demasiadas ocasiones. Y,
aunque como él mismo afirma “la vida es más compleja de lo que parece”, en
todas esos momentos mis ojos no enfocan todas las cosas positivas que tengo –aunque
no sé si debería-. Ésas las doy por hechas, por conseguidas, por cuidadas, por
protegidas convenientemente, por inevitables, y centro mi atención en las
otras, en las que quiero que sean como me gustaría. Y, para que sean como anhelo,
no me conformo con ‘pensar en positivo’ para que todo se vuelva positivo a mi
alrededor, no me resigno a ‘soñar hermoso’ para que mis sueños hagan hermosa mi
realidad. Supongo que también es necesario hacerlo, y lo haré, pero a ese
factor hay que sumar una amplia dosis de esfuerzo, de claridad de miras, de
deseo de horizonte y, en menor proporción, aunque nunca viene mal, unos gramos
de suerte aderezados con “los dedos juguetones del destino” (palabras también
robadas a Drexler).
Y tirando del repertorio de Manolo García, con el
que vibraré dentro de cinco días, os confieso que “un día supe que buscar era
lo que me mantenía despierto”. Despierta para buscarla: la felicidad. Y para
ello necesito nadar en la certidumbre, aunque a veces eso sea imposible, aunque
en ocasiones me quede sin aire, o me falten fuerzas y me sumerja durante
segundos, pero siempre me queda aliento para volver a sacar la cabeza y
respirar, y llegar a la orilla y andar, e, incluso, volar… y si, a veces, como
a un halcón, me hieren las flechas de la incertidumbre, porque lo que quiero se
me escapa de las manos, sólo me queda una salida, "la insurrección" (sí, de El
Último de la Fila). Ella siempre está en mis manos. En nuestras manos.
Siempre te quedará la inteligencia, Vanessa.
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