viernes, 13 de julio de 2012

Mensaje en una botella


Desde muy niña he tenido una fantasía recurrente, una suerte de realismo mágico, ese género que tanto me gusta,  y que se hace realidad: recibir un mensaje en una botella en el mar. Os reiríais si os detallo cuántas horas he pasado en la orilla mirando fijamente las olas, por si traían consigo algo para mí contenido en paredes de vidrio. No sé cómo interpretarlo. No sé si me influyó demasiado aquel capítulo de “Verano azul” en el que Bea recibía una, si se trata de una metáfora de que espero algo que nunca llega o, simplemente, que lanzar al océano un mensaje enrollado dentro de una botella me parece uno de los gestos más románticos que jamás hayan existido. Románticos doblemente: quien las lanza, arroja con ellas su esperanza, su ilusión. Quien las recibe tras el remolino de las aguas, abre con ellas la magia, la sorpresa, la imaginación.
Puede ser el mensaje desesperado de un náufrago. De un enamorado con el corazón roto; o de una enamorada agradecida. También de alguien que cuenta un secreto inconfesable. O simplemente de una persona que sabe que nadie leerá su escrito pero lo lanza al mundo como un mudo que grita. En un acto voluntario de resignación.
Pero no creáis que los mensajes no llegan. La mayoría, sí lo hacen. Os voy a contar la historia de Harold Jackett, un hombre canadiense de cincuenta años, que ha lanzado al mar nada menos que 5.000 botellas. Desde la isla en la que vive, llamada Príncipe Eduardo, en el océano Atlántico, lleva toda su vida lanzando botellas. En ellas deja un correo postal y ruega que se le conteste. Eso sí, estudia los vientos y las corrientes marinas, para asegurarse de que la travesía es productiva. Y las botellas son de plástico. Lo más increíble de todo ese que ha obtenido 3.100 cartas de respuesta ¡algunas hasta 13 años después de su envío original! Las respuestas han venido de Islandia, las Bahamas, Rusia y países de África, entre otras partes del mundo. ¿No os parece algo maravilloso?
Yo nunca he lanzado una al mar. A mi ahora marido le pedí matrimonio dejando una flotando en la bañera, porque en Triana no hay océano, vaya. Pero un día lo haré, estoy convencida. Cuando sea una octogenaria sabia, escribiré las claves de la felicidad en un papel. Pondré que el amor a los demás es lo más importante. Que a nadie le engañen con las promesas que ofrecen las cosas que se compran. Pondré que un amigo de verdad es para siempre. Que el tiempo hay que exprimirlo, no dejarlo pasar. Que hay que enfadarse menos. Que un abrazo fuerte es lo más bonito del mundo. Pondré todas esas cosas para que quien lo lea en un futuro, una niña como yo lo era descalza en la arena y con la mirada perdida en el gigante azul, tenga un ápice de esperanza.  
Quién sabe. Quizás pasamos la vida buscando y tirando mensajes en una botella.

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