Desde hace un tiempo vengo observando cambios continuos en
la educación escolar, pero no me estoy refiriendo a reformas políticas ni nada
de eso, si no a la enseñanza de hoy día.
Ya tuve mi primera contrariedad cuando mi hijo empezó la
guardería con cuatro meses y medio (entonces era una mamá trabajadora fuera de
casa). Para entonces pedí la reducción de jornada y salía de la agencia a las
13.00 horas. Trabajaba cuatro horas y tres horas más una tarde a la semana.
Bueno, como iba diciendo, la guardería la tenía a escasos tres minutos en coche
de la oficina, el problema era encontrar aparcamiento, ni siquiera en doble fila, con lo cual tardaba
una media de 10 minutos en llegar a recoger a mi hijo que salía a la una
también.
Un buen día me llamó la directora de la guardería para
decirme que, claro, yo llegaba diez minutos tarde cada día y eso no podía ser.
Entendí perfectamente que era una cuestión de “pasta”, como todo en las
guarderías, por lo que le propuse abonarle el cuarto de hora de más que hacía
mi hijo como pasaba con los niños que entraban antes a primera hora de la
mañana. ¡Vaya! Esto no podía ser. No lo contemplaba “esa su escuela”.
Sólo tenía la señora
dos posibles soluciones: La primera, que lo dejase a comer en el cole por un módico
precio mensual de 220 euros más. Ni loca. Esta se creía que yo fabricaba dinero
por la noche. Me negué, le dije que por diez minutos no pagaba 200 euros más e
insistí en pagarle el cuarto de hora e incluso pujé por la media hora. ¡Qué va!
No había manera.
Entonces, viendo que no me convencía apeló a mi conciencia de
madre y me dijo que lo único que estaba consiguiendo era alterar la rutina de
mi hijo que se quedaba el último en la clase para salir a mediodía y por ello
sufría. Aluciné. Y me vendió una clase de psicología infantil por sacarme los
doscientos euros que todavía no se la cree ni ella. Tuve que aceptar la segunda propuesta, aunque
me puse fina con ella: Salir del trabajo quince minutos antes. Entonces entraba
un cuarto de hora antes. Uff, no sé si me he explicado bien. Si no, me lo
decís.
Ahora en el cole, me voy encontrando con nuevas metodologías
psicológicas, que no digo que no vayan bien, pero que considero que si nos
centramos sólo en eso, la enseñanza como tal es esa “gran mierda”, y con perdón,
que tenemos ahora. Ya no puedes estar con tus compañeros de clase desde que
entras en la escuela hasta que sales. No, no. Ahora en tercero de Primaria te
mezclan y te separan de tus grandes amigos para que seas sociable, no crees
dependencia y crezcas mejor como persona. Ojo, que no digo que esté mal, pero
es que llegan a vendértelo de tal forma que parece que si no se hace así, tu
hijo puede llegar a ser un ermitaño, huraño, asocial y con unos complejos
acojonantes. Verás, que está bien, pero que en mi época desde primero de EGB a
COU fui la número 10 de la lista de clase por apellidos porque no hubo apenas
variación y me siento una persona totalmente normal, creo.
Luego viene la sección tecnológica. Pizarras digitales para
todos. ¡Biennn! Reducimos personal, echamos maestros de las escuelas porque no
hay presupuesto, pero que no falten, por Dios, que no falten esas estupendas pizarras
digitales tan imprescindibles para la enseñanza. Una para cada clase. Uff, con
esto sí que no puedo. Y luego, me enfrento a niños de 13, 14 y 15 años que
cometen faltas de ortografía a mansalva. Pero de esas que dañan la vista. De
esas que por más que las mires no te acostumbras a ella. A ver por haber, V donde van B o al contrario, Halla por Haya, etc, etc, etc.
Por eso digo, que las metodologías psicológicas están muy
bien si se saben compaginar con una calidad de enseñanza, porque me temo que,
de seguir así, tendré un hijo muy sociable, con unas adaptaciones rutinarias
estupendas y unos conocimientos tecnológicos maravillosos, pero que tendrá que
preguntarme con 30 años si digital se escribe con G o con J.
Un besazo y feliz día a todos
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