lunes, 2 de julio de 2012

Las sillas volaron sin hélices, como los ángeles...


Hace pájaros de barro y los echa a volar y sabe que los ángeles no tienen  hélices. Por eso, cuando vio levitar las sillas sobre nuestras cabezas, hacia no se sabe dónde, como su bruja volandera de entrevientos y cerrojos, seguía cantando Disneylandia con una sonrisa, sin asombro, sin considerarlo un contratiempo sino un comportamiento obvio. ¿Quién quiere sillas? ¿Quién puede permanecer sentado frente a Manolo García? Ni yo, hace poco más de cuatro años, cuando mi hermana me regaló una entrada estando embarazada de ocho meses, para el único concierto que pensé que me iba a perder, desde que, a  los diecisiete, empezara una de mis mejores costumbres: disfrutarlo en San Fernando o Sevilla en cada una de sus giras, con Quimi o en solitario. Acabé saltando, casi como el viernes, con mi niña en el vientre. Inevitable.

Único. Genial. Insuperable letrista. Creador de mensajes que, envueltos en su música, cantan al amor, a la fantasía, a la profundidad de los sentimientos, a los más puros valores humanos, también al desasosiego, la incertidumbre, el abandono, pero siempre, estos últimos, impregnados de la esperanza, de la confianza en nosotros mismos, presentes en cada una de sus canciones y que explota en el que, a pesar de sus cinco discos en solitario, siempre será su himno, Insurrección de El Último de la Fila.

Ni el único ‘gran fallo’ que supondría para la organización que el micrófono de García se quedara mudo justo cuando iba a cantar el primer single de su último disco, significó nada para un aforo entregado. El  auditorio a una coreó Un giro teatral aplastando el problema técnico, solucionado inmediatamente, acompañado de la sonrisa de Manolo que, del cabreo inicial, había pasado a la complicidad plena con todos nosotros.

Conjunción, simbiosis, respeto mutuo llevado al extremo cuando se decidió a mezclarse con sus devotos a cantar juntos que el tiempo, sólo un recodo más en nuestra ilusión, ávida de cariño y de olvido, nunca es perdido. Un par de miembros de su equipo de seguridad le seguían, aunque no era necesario, nos apasionan sus pensamientos, plasmados en insuperables historias, pura filosofía (de vida); su magnífico espectáculo; su entrega; sus músicos. En su rostro relajado, que contemplé a diez centímetros, y en su entera voz, se podía comprobar que sabe que no está rodeado de fanáticos que quieren tocarle, abrazarle o besarle sino escucharle, sentir su música, memorizar sus reflexiones y saltar con él.

Casi tres horas de música en las que nos recordó que siempre debemos preferir el trapecio; que no hay nada más mientras dos bocas se quieran besar; que cualquier cosa es mejor que ser la sombra de la sombra de la sombra de nadie; que tenemos derecho a quererlo todo y que para ello siempre nos quedará la posibilidad de calzarnos unas botas de siete leguas; que no debemos olvidar que somos levedad; que siempre hay alguien que puede remendarnos nuestra sonrisa rota, con el rabo blanco de un gato perplejo; que no debemos dejar que se duerman los sentidos; que por amor se puede llorar tanto para llenar un saco de gatos, cuando amamos desesperadamenteA la sombra de una palmera, un ratito a pie y otro caminando, se permitió el lujo de renunciar a cantar, al menos, cinco de sus nuevas canciones. En su excelso repertorio es difícil elegir. Gracias. Me quito el sombrero.


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