martes, 17 de abril de 2012

Vivencias personales, bochornos nacionales


Domingo 15 de abril de 2012. El País. Periódico no deportivo de mayor difusión en España. Portada: foto del Rey Don Juan Carlos, junto a una ‘réplica humana’ de Ken un día en la jungla, orgulloso ante su hazaña de matar a un elefante previo pago de más de 30.000 euros la pieza. Contraportada: entrevista a Sor Lucía Caram, monja dominicana contemplativa. Titular: “Rajoy tendrá dificultades para ir al cielo”.  

¿Es ridícula la actualidad? ¿Es ridícula la realidad? ¿Es ridículo El País? ¿Es ridículo este país? ¿Es ridícula la información? ¿El País quiere ridiculizar la actualidad, la realidad, a través de su forma de tratar la información que acontece en este país? Cada uno tendrá su propia respuesta pero, personalmente, ver tal patetismo flanqueando, por delante y por detrás, un diario de referencia, eleva a la máxima potencia mi, ya de por sí agudizado, sentido del ridículo y la vergüenza ajena.

Y eso sin pertenecer a ninguno de los ‘clubes’, ni al de los monárquicos, ni al de los católicos, aunque imagino el bochorno que deben sentir los que sí se sienten identificados en sus filas. La mayoría de representantes políticos, periodistas y la ciudadanía en general, contempla el espectáculo con distintos grados de estupor y expresa su malestar ante los micrófonos, con sus plumas, en las redes sociales o en la barra del bar. Los argumentos de crítica son de sobra conocidos por todos. Y seguramente los comparto en su mayoría. Pero me gustaría ir más allá.

Ayer lunes, un articulista destacaba en las páginas de otro periódico de tirada nacional que “cuando las instituciones son fuertes e inamovibles, arremeter contra las personas que las encarnan no les causa menoscabo alguno”.  Esta afirmación me llevó a una reflexión transformada en pregunta: ¿No serían estas instituciones ‘dinásticas’ o ‘divinas’ mucho más fuertes e inamovibles si tratásemos a las personas que las encarnan como eso, como personas? Sin ánimo de justificar la salida de tono, ‘pérdida de papeles’, falta de respeto o como le queramos llamar a los últimos acontecimientos protagonizados por la Familia Real, me pregunto si ese tipo de comportamientos serían menos frecuentes si la respuesta fuera afirmativa.

No puedo evitar que me chirríen, en pleno siglo XXI, frases como “el Rey ha de elegir entre las obligaciones y servidumbre de la Jefatura del Estado y una abdicación que le permita disfrutar una vida diferente”. O “la Reina entiende que su condición personal de madre del heredero de la Corona y esposa del Rey le compromete a seguir manteniendo las formas y asumir las obligaciones oficiales pese a los gestos crispados del monarca hacia ella”. Todas ellas redactadas por un ex director de ABC que asegura que, refiriéndose al Rey, “su estrecha e íntima amistad con Corinna zu Sayn-Wittgenstein ha dejado de constituir un rumor para convertirse en una certeza”.

Quizás si los miembros de estos ‘clubes’ contribuyeran a cambiar sus ‘normas’ desde dentro y no se escandalizaran ante situaciones humanas y normales de aquellos que les representan, las ‘vivencias personales’ no se convertirían en ‘bochornos nacionales’.

Swift.

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