jueves, 26 de abril de 2012

Gente sin luz


Una de las ventajas que tiene esto de trabajar en divulgación de ciencia es que me tropiezo con estudios sorprendentes. El otro día me topé con un artículo que demuestra que el ser humano emite luz. Es lo que tiene estar hecho de la misma materia que las estrellas. Aunque esta luz es invisible para el ojo humano, científicos japoneses han comprobado que el cuerpo humano produce biofotones como resultado de su metabolismo energético. Usaron una cámara criogénica sensible a emisiones fotónicas débiles, descubriendo que  el cuerpo humano produce pulsiones rítmicas de luz, que es el rostro el que emite una mayor cantidad y más constante y que es durante la tarde cuando más luz desprendemos. Además, dan un dato curioso: cuanto menos duermes, menos luminosidad emanas.

Gente. Luz. Me hizo reflexionar sobre el sentido que tiene esto filosóficamente hablando. Creo que hay tres tipos de personas en nuestras vidas: las que te contagian con su luz, las que pasan sin desprender ningún halo para ti, y las que te roban o absorben luminosidad. Estas últimas son personas tóxicas, altamente nocivas, que nos llenan de cargas y frustraciones, y potencian nuestras debilidades. Apagan, en definitiva, nuestra luz. Seguro que mirando a vuestro alrededor detectáis personas así. Ciertamente, identifico a algunas personas a las que, el mero hecho de escuchar, me produce estrés. Es así: sus malos rollos alteran nuestra bioquímica cerebral al producir más adrenalina y cortisol. Estrés, en definitiva. Los psicólogos afirman que hay que alejarse de ellas para ser felices. Y así lo he intentado hacer siempre y creo que he conseguido en mis treintaytantos años de existencia.

El problema se complica cuando no son tóxicas las personas, sino las situaciones. Y respecto a eso, hoy en día, sabemos mucho. El bombardeo de informaciones negativas sobre la crisis económica está envenenado a la sociedad y elevando la toxicidad del ambiente. El exceso de estímulos negativos –recortes, despidos, impuestos- está modificando los estados emocionales de las personas  y se generan situaciones de miedo, frustración, ansiedad y en definitiva, un cuadro de estrés que intoxican a la personas a nivel emocional, bioquímico y físico. Estamos intoxicados. De hecho, el neurobiólogo Jorge Colombo describe este fenómeno que ha bautizado como toxicidad social y que está provocado por el predominio de una sociedad malhumorada, que no puede asimilar ni contrarrestar tantos estímulos negativos.
Y ante eso, ¿qué podemos hacer? Cuando no es cuestión de evitar a una persona que te absorbe tu preciosa luz, sino de convivir con una situación tan tóxica, ¿tenemos alguna salida? Conozco a personas que han dejado de seguir a los medios de comunicación; otras que le han dado cerrojazo a las redes sociales, unas pocas que se refugian en la ficción de las series americanas… Y yo me pregunto: ¿la solución para recuperar la luz es darle la espalda a la realidad? ¿es entregarnos al fútbol o al vino o a Juego de Tronos para evitar la toxicidad? Es triste.
Una segunda vía es cambiar la lectura. Los neurólogos insisten en que no hay una realidad, sino formas de interpretarlas. Afortunadamente, la neuroplasticidad del cerebro permite crear nuevas conexiones neuronales que cambian la forma en la que una persona interpreta lo que le rodea. Esta solución me parece aún más triste. ¡Y tremendamente cruel! ¿Cómo le digo a aquel que no tiene trabajo, ni puede siquiera tomar cuatro cafés al mes que no se intoxique, que no es que otros le estén robando su luz, su vida, es que tiene que aprender a interpretar la realidad? Eso, lo de interpretar, se lo dejo a los políticos, que lo hacen majestuosamente bien. Todos los demás nos ocuparemos de guardar, atesorar, proteger… la poca luz que nos dejan.


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