miércoles, 16 de abril de 2014

Saltando charcos...


Uno de mis entretenimientos mentales consiste en detectar las huidizas contradicciones de la vida. Ahí están todas esas paradojas e incongruencias diarias, ocultas, riéndose de tí... del persistente y fallido intento humano de clasificar siempre las cosas, supongo que para tener la ilusión de dominarlas. Pero el mundo, leí alguna vez en algún sitio, "es un arcoiris de caos". Y creo que en los treintaytantos se comprende -al fin- que no todo es comprensible. Simplemente es. 

Se dice que los niños son felices por su inocencia, que es un estado de felicidad en sí misma. Ésta se va esfumando cuando -y también lo he leído no sé dónde- comienzan a ver un charco como un obstáculo en su camino, en lugar de una oportunidad para saltar sobre él. ¿Qué gráfico, verdad? Saltando charcos sin parar llegas a la edad adulta, donde la felicidad depende de tantas cosas (pareja, trabajo, sexo, casa, dinero...) que se antoja inalcanzable. Durante estos años buscamos y no parecemos encontrar nada, nos perdemos en el limbo de la insatisfacción. Nada parece bastarnos, nuestro diccionario particular se copa de los adverbios "más" y "menos": nos quejamos cíclicamente de no tener más dinero, más tiempo, más aventura, menos dolor, menos problemas, menos trabajo. No lo invento yo, los psicólogos incluso le han puesto nombre: "síndrome del adulto saturado" (para más información, buscar en google)

Pero años más tarde de nuevo la vida, como si de un acordeón se tratase, vuelve al punto de retorno. Cuanto te vas acercando a los cuarenta, la ecuación se simplifica. Hallas la incógnita. Dejas de buscar la felicidad en los cajones y en los baúles del armario para darte de bruces con ella en lugares más insospechados, por lo comunes y cotidianos que son: en una conversación, un trozo de queso, un recuerdo en forma de canción, un guiño de complicidad o una sonrisa. Puede parecer extraído de un libro de autoayuda, de esos que odio, pero no, lo he arrancado de la propia experiencia.

Me encuentro en ese momento vital en el que percibo y atrapo con las manos la felicidad. En el que sé que soy feliz. Y ahora, de nuevo, tras cruzar el océano de la gran contradicción de la vida, que como una trilera te engaña haciéndote creer dónde está la felicidad... ahora, vuelvo a saltar en los charcos.



 "La insatisfacción de los humanos, ese querer siempre algo más, algo mejor, algo distinto, es el origen de innumerables desdichas. Además, la felicidad es minimalista. Es sencilla y desnuda. Es una casi nada que lo es todo.” (La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero)

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