Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Gong. El ecuador atravesaba aquellas tierras a un centenar de millas al norte, y la granja se asentaba a unos seis mil pies...
¡Ay, no!, espérate, que eso le pasaba a otra. ¿Ves?, ya me he vuelto a hacer un lío, es que no sé dónde tengo la cabeza.
A ver si ahora lo cuento bien. Empiezo de nuevo: Yo tenía una granja en Facebook... Sí, ahora sí voy bien. Sigo: Yo tenía una granja en Facebook, en una llanura verde inmensa, no sé si estaba a los pies de unas colinas o en una hondoná así, pabajo, porque no se podía ver mucho más allá de las cerquitas, pero sí te digo que yo allí tenía de todo, oye. Que yo plantaba mis fresas, mi café, mi maíz; que yo tenía mis corrales para mis vacas, mis cerditos, mis cabras; que había puesto hasta un establo para guardar a los caballos y potrillos que se me aparecían a las puertas de las cercas así, milagrosamente, y que ya venían domados y todo. Con unos vecinos la mar de amables que se pasaban el día mandándome regalos y arándome los huertos cuando yo salía a dar un paseo. Una maravilla de todas, todas. Y ni IBI pagaba yo. Sí, señor, así como lo lees, yo tenía una granja en Facebook.
Pero es que ahí no para la cosa. Si mal no recuerdo yo tenía unas cuantas cosas más. A ver que haga memoria... Ah! sí, ¿ves?, ya me acuerdo. Yo tenía un escritorio y varias estanterías para mí sola. No te voy a decir que los usara mucho, la verdad. Pero allí tenía yo un montón de libros, de cajas con apuntes, de cajas con fotos, de cajas con postales, de cajas con cajas,... Tenía un lapicero lleno de bolígrafos que solo usaba yo y un cajón lleno de tacos de post-its, clips, grapas, papel de fixo, unas tijeras; y hasta un aparatejo de esos que sirven para desgrapar folios y que tanto te distraen en los días interminables de estudio. Todo eso tenía yo y hasta lo ordenaba de vez en cuando. Y le limpiaba el polvo los años bisiestos, que resulta más que conocida la importancia de los ácaros en la prevención de las alergias malas, y porque tampoco hay que exagerar con el vicio de la limpieza.
Yo también tenía unas cuantas tarjetas en mi cartera. Tarjetas de esas que te dan en las tiendas para demostrarte que eres una muy buena clienta. Y muy mala no debía de ser ya que algunas, incluso, me felicitaban por mi cumpleaños y me ofrecían ofertas especiales de esas que no se pueden rechazar. Y hasta tenía un espacio en el salón para guardar los catálogos de MANGO, que me sabía de memoria, hasta el punto de comprobar cómo determinados establecimientos de la susodicha marca (o todos, mejor dicho) sacaban ropa antigua para las rebajas, ropa que no era ni de esa ni de las últimas tres temporadas. "Ropilla de relleno", como yo la tenía clasificada mentalmente.
Yo tenía muchas cosas pero lo que más tenía era mucho tiempo. Yo tenía tiempo para dormir mucho, tenía tiempo para leer, para estudiar, para ir al teatro, para planear viajes, para comprar, para pasear, para ir al gimnasio, para trabajar (sí, también para eso, y, por temporadas, en esto invertía la mayor parte de ese tiempo, no nos engañemos), para quedar con nuevos amigos, para quedar con viejas amigas, para ir al cine, para estar sin hacer nada tirada en el sofá con Jose,... Yo tenía una jartá de tiempo, vamos. Aunque yo entonces no me daba cuenta porque, claro, yo tenía "una jartá" de cosas que hacer.
Ahora ya no tengo granja, ni escritorio, ni estanterías con cajas, ni tarjetas, ni catálogos, ni sitio en el salón, ni tiempo pa ná. Ahora tengo dos muy buenas razones para no tener nada de esas cosas. Y me parece que de esto hace doscientos años.
Tampoco es que me hagan mucha falta. Tampoco es que me arreglaran la vida. Tampoco es que me acuerde mucho de ellas. Pero, a veces, muy de vez en cuando, no puedo evitar pensar en algunas y preguntarme así, de refilón, ¿qué será ahora de mis pobres vaquitas abandonadas a su suerte en el universo virtual? Y, claro, me pongo surrealísticamente nostálgica. Y luego me da por escribir cosas como esta. A ver qué le voy a hacer.